Todo está muy parado.
Llevo tres o cuatro cervezas sin alcohol 0.0, de tal modo que un indefinible líquido grumoso y amarillento rezuma por mis orejas. Un leve dolor de cabeza, culpa Absoluta de Hegel, tizna mis reflexiones de medio confusión medio tormento. Enciendo un cigarro, voy a la nevera a por otra 00. Un último repaso a Hegel y ya está. Mientras jugaba a la play iba notando como los conceptos se ordenaban en mi cabeza y las proposiciones tomaban forma, así que no me importaba aunque perdiera la carrera de turno.
Todo está muy parado. Según mis cálculos propios deberían ser las dos o las tres de la mañana, pero son las ocho de la tarde. Inexplicable. Extrañamente bien. Relajado. Incluso me dormiría un ratito, a lo mejor lo hago. Bajé al super y la cajera que siempre mira hacia otro lado, sin atreverse a enfrentarme la mirada, lo ha hecho. Cosas, supongo. La he sonreído y le he dicho buenas tardes (joder, qué mal me suena, soy leista, loista y laista consumado), cargando mis cervezas sin y pasta de dientes para los dientes. Después me ha cobrado y me he ido. La absoluta insignificancia de las cosas a veces me transe de un modo terrible.
Me estaba acordando del yo de Hume (raro, eso no está en ningún examen), ese yo sin ley de causalidad que sólo puede definir como recuerdo de sí mismo en el tiempo. Yo tengo serios problemas con el recuerdo, a veces me asombro de la capacidad que tiene Lore para ello, sobre todo en contraposición a la mía propia. No tengo continuidad. Si no alimento mi cerebro de conocimientos y experiencias constantemente me agosto, me seco. Los libros creo que los tengo en las librerías, no en el cerebro. Bueno… queda algo, siempre queda algo, una cierta tendencia configuradora, unos receptáculos donde situar las cosas nuevas, en unos precisos y no en otros. Eso supongo que es culpa de los libros y de las experiencias que ya no recuerdo, pero que de algún modo difuso soy. Soy, qué cosa. Ese soy habría que redefinirlo como aquello contenido en las neuronas de un individuo a lo largo de su vida, es decir, de la vida de esas neuronas. Si tienes un accidente y pierdes la memoria, no eres nada. Bueno, o partes de cero, si puedes. Qué cosa, eso de la identidad, qué importante es para las campañas de marketing de zapatillas, por ejemplo.
Había un poema…
Más allá de la luz está la sombra,
y detrás de la sombra no habrá luz
ni sombra. Ni sonidos, ni silencio.
Llámale eternidad, o Dios, o infierno.
O no le llames nada.
Como si nada hubiera sucedido.
Se llama «los sinónimos», de Francisco Brines, del libro «Insistencias en Luzbel».
Qué curioso, le dedicó el libro a José Hierro, el bestial poeta que escribió «El rescate imposible», y otros, por supuesto. Pero para mí sobre todo el rescate imposible. Llamarle «los sinónimos» no está del todo bien, me temo. Aquí el hecho de cómo quiera cada cual llamar a lo que necesita llamar es irrelevante. Lo peor, lo mejor del poema, es «o no le llames nada, como si nada hubiera sucedido». Qué bruto. Qué bocajarro de conciencia sobre la misma conciencia. En seis frases. En dos que concretan y resultan. Condición mortal. Hegel decía (esto sí es de mi examen) que el hombre es el único animal que sabe qué es la vida, porque sabe qué es la muerte. El ser humano tiene conciencia de su propia muerte, y de esa misma negación genera la fuerza para amar la vida. A veces odio la vida, pero eso es sólo cuando se me olvida la muerte. En realidad todo esto de la filosofía es una tontería, en sí misma, pero te hace llevarte por tantos caminos en los que no reparabas antes de que te dijeran que esa piedra marca un camino… No me importa demasiado lo que dijeron, pero sí lo que les llevó a decir lo que dijeron. ¿Qué desviación tomaron, que desviación imposible para mí que necesito verla a través de sus ojos para después perderme en ella? La senda del perdedor, escribió Buck, la senda del perdedor es la única, aunque tiene múltiples formas. Hay que poner mucho empeño en la desviación que uno tome, pregnarla de fuerza. Porque después llega la muerte, que todo lo iguala porque todo lo relativiza, que hace que todas las sendas sean la senda del perdedor. No podemos ganar. No podemos ganar al final, pero claro que sí durante. Mientras todo tiene sentido.
Yo no le hubiera puesto nombre al poema, si yo hubiera escrito uno así, por supuesto.
Esto es lo último que he enviado a Atramentum. Odio lo de los indios.
Cicatrices.
Podría tener que decir
que no tengo nada que.
Pero el tiempo me rodea con sus indios
sedientos de sangre y yo
hago un campamento con las
estupideces de lo vivido.
Tómame, imbécil,
¿acaso no ves que ahora es fácil?
Qué pesadilla de espera
mientras tú tomas fuerzas
y avanzas y retrocedes
acobardada.
Si tú realmente supieras que
necesito tus brazos por un momento,
que necesito tu sexo para
anegarme de todo lo que tú eres
y disfrazarme de ti y
olvidar lo demás que
quema,
que quema,
que no te preocupes que no diré no,
no puedo decir no y basta de invitarme
a cervezas y da el paso y llévame a tu cama
donde sólo es real el olvido,
donde sólo es real la niebla, el cansancio,
la libertad, los gemidos
que cicatrizan.
Y bueno, que ya está bien. Nos vemos. Desearme suerte para el examen.
Me mola tu blog 😀