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Dolor y marionetas jugando a esconder sus propios hilos

marisel jiménez

Alguien me dijo que tenía que racionalizar el dolor. Supongo que eso quiere decir algo así como convertir en pensamiento un sentimiento. Buscar un por qué, o un para qué, o un de qué y darle forma, manejarlo con tiento. Supongo que eso puede o debe ser del todo bueno. A mí me da dolor de cabeza, uno especialmente agudo. Se me revuelven las tripas y se convierten en papilla. Alguien no muy indicado a la que llamaré L (juajuajua) me dijo que no me comiera el tarro demasiado. Bueno, eso no es ningún problema, creo. No tengo mucho problema en bloquear la cabeza con libros o con cervezas o, simplemente, con vidas de otros. Pero ahí está el núcleo duro del asunto, la piedra rosetta o la piedra filosofal, pues resulta que si no racionalizas el dolor, tampoco puedes manejarlo con pensamientos, simplemente está ahí, una pulsión desorbitada debajo justo de las cejas.

Así que a racionalizar, tripas revueltas. Esto parece un campeonato de algo, una especie de olimpiadas en las que no quiero entrar. Hay cosas que no se pueden contar del miércoles (aunque las terminaré contando, tarde o temprano) que me llenan de confusión al respecto del asunto tratado casi con exclusividad en esta bitácora. No entiendo a los que siguen aunque se estén arrancando el brazo con ello, de verdad, juro que no les entiendo. Es curioso comprobar que todo es cuestión de tiempo, quieras o no. Las cosas son más sencillas que todo eso, creo. Simplemente si estás agusto estás, y si no te vas. Pero todo vuelve a ser ni cagar ni salir del váter. Ni en un sitio ni en otro.

Y mientras tanto los días se van poblando de momentos de dolor, de momentos de un dolor terrible que atraviesa kilómetros como si fueran milímetros. Se traga la distancia y la pliega, acercando dos lugares remotos hasta hacerlos parecer el mismo punto. Pero la distancia está, y en eso estriba la tragedia. Porque esos dos puntos que son como uno solo no dejan de ser dos.

Uno comprende que es cuestión de tiempo, para bien o para mal, y que las cosas suceden del modo que les da la gana, porque cuando no dependen del aire les da por depender de otras personas, así que te ves reducido prácticamente a una nada absoluta.

Y en ese ejercicio sí que puede estar no la superación del dolor, sino su asimilación. Porque cuando comprendes que hacemos lo que podemos, y que además nuestro margen es estrecho, te entran unas ganas de reir que dan gusto, joder. Te das cuenta de lo estúpido que es todo y de que exceptuando el mísero hecho de que te está pasando a ti todo es ridículo.

No me jodas, ni el puto boecio ni el mierda de ignatius ni hank ni farmer ni faulkner ni eco ni sabato ni nadie, todos a la más puta mierda junto con la historia de la filosofía al completo y la del pensamiento en general. El pensamiento es una mierda, nada despreciable como tal, pero una mierda. No me escozáis demasiado porque todos somos marionetas jugando a esconder sus propios hilos. Estamos aquí, mirando, y decimos constantemente que nosotros transformamos. Venga ya. Al final voy a cargarme el concepto de individuo de un plumazo y a reventarle la cara a alguien para demostrar que no la tiene.

Somos los putos amos de las butacas en las que nos sentamos mientras miramos cómo las cosas van pasando. Y no quiero decir con esto que no hagamos nada, por supuesto que iniciamos y realizamos acciones constantemente, que movemos ficha. Pero eso no tiene nada que ver, porque no controlamos las consecuencias, que van por donde les da la gana (dependen del aire o de otros). Como en el caso de los genes, lanzamos al aire nuestras acciones con nuestras espúreas esperanzas y luego recogemos lo que venga al caso. Pase lo que pase, se parezca o no lo que ha sucedido a lo que esperábamos, nosotros no hemos tenido más responsabilidad o campo de acción que el de iniciar el movimiento. Eso es suficiente, pero preocuparse por nada es ridículo, porque nada nos pertenece.

Así pues el dolor está, existe, es parte de uno mismo y jode, cómo jode a veces, pero no nos pertenece. Es algo que dictó el aire, o que dictaron otros, o que no dictó nadie y sucedió.

Me río de todo. Me río hasta de ti, L, porque presa de patas en él. Me río de mí. Y del dolor, y de la puta madre que lo parió. Voy a hacer un tambor de mis escrotos y a hacer una danza tribal. Brrr. Y a cantar, seguramente cantaré canciones protesta, para forjar un escenario conveniente. Voy a hacer cosas, no me preocupa que revienten luego. No depende de mí. En este caso bendito, sólo hay que lanzarse al abismo, una y otra vez, una y otra vez.

Y de verdad (a quien corresponda) mete los sentimientos en un bote al vacío y al armario. Genial. Luego vendrán los ya más que anunciados y experimentados «no he vivido», los «todo es vacío». Y habrá extrañeza.

Claro, elude el dolor. Como si eso no tuviera efectos colaterales. Habrá que darse cuenta alguna vez de que ser la persona más feliz del mundo tiene su otra cara. Porque coincide que según el momento la persona más feliz del mundo tiene también el otro record.

No se puede dejar esto como los guisantes en la ensaladilla. En esto, o te comes la ensaladilla pack completo o no comes nada. Porque el puto ying-yang es lo que es, una misma cosa. La vida y la muerte son siameses y si dejas de lado una te quedas sin la otra. Qué maravilla si tuviésemos receptores distintos para el dolor y la alegría, pero resulta que son los mismos. Y si los insensibilizas para no sentir dolor, pues eso. Eso sí, la línea plana resultante de la inutilización de los receptores no es tan explosiva en la felicidad, pero tampoco es tan violenta en el dolor.

Si es así, lamentándome mucho ante mí mismo, me quedo con el puto dolor de los cojones a esperar tiempos mejores, con los receptores bien enervados y dispuestos.

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