El viernes es un día tranquilo. Uno puede sentarse a leer un rato con una infusión o con una cervecilla y dejar caer lo que queda del día (salgo del curro a las diez de la noche) con calma. No es necesario nada. El sábado por la mañana debería ser el teórico día de la limpieza, la mañana de lo telúrico, de lo pedestre. El sábado por la tarde la necesidad desesperada de juerga. El domingo la resurrección a la vida, la pasividad de las cosas que no tienen mucho sentido.