Bien, hagamos una bitácora como es debido (aunque no se dirá todo, la esfera de lo íntimo no tiene en absoluto que ver con la de lo privado, puedo violentar la primera colgándola en la web, pero la segunda no permite esos escorzos). Ayer me levanté con el sonido agradable del móvil en la oreja. Era mi jefa preguntándome si podía ir al curro a substituir a enfermos y excusados. Me levanté e hice café negro con capacidad de ser pasado a cuchillo. Me llamó Cisneros y quiso venir a probarlo. Le dije que no. Cogí un bus, cojeando llegué a la puerta de mi home sweet home laboral y entré. Al tajo. Todo pasó rápido, de tal modo que cogí el coche de ortondo a las siete y media, fuimos a por unas cervezas y me callé.
Y me callé y Ortondo empezó diciendo lo normal, lo que siempre se dice cuando te preguntan algo. Pero seguí callado, mirándole. Al rato su conversación cambió. Se abrió. Yo estaba escuchando alucinado. Bueno, ahora sé más. Se hizo de noche y me dormí en el palomar, no sin una buena ración de Ignatius (que se acaba) y un rato de comer techo pensando en cosas que no se deben pensar. Me levanté hoy, vino cisneros y se tomó el café que hice ayer, no sin antes inmovilizarlo en una taza de fuerza.
Me trajo al curro. Estoy aquí, en lo mío. Mañana iremos de nuevo a los enemigos, todos los del curro. Luego seguro que me quedan ganas de mirar a la cara de Luciano de Samósata.