Sales, entras,
miras a tu alrededor y esperas algo de claridad
cuando rascas la cerilla
en el lugar indicado. Preescrito.
Y tiemblas,
porque no ha sucedido nada,
la misma oscuridad te saluda
y
no
pierdes
el tiempo en cábalas. Sólo tienes una
pequeña esfera, un leve brillo de espacio,
una perfecta burbuja quince
o veinte centímetros
más alla de tu mano,
en todas direcciones.
Y la sorpresa es que la débil
luz
ha convertido
la oscuridad
en ceguera impenetrable.