Estábamos allí, sentados,
en medio de las cosas cuando las cosas suceden.
«Si algo ocurre», te dije,
«será sencillo».
Y me quedé mirando tu cara absorta
en el deslucir de las ventanas.
Intenté mirarte más de cerca,
chocar tus retinas con las mías.
Intenté que tus retinas fueran las mías.
No creo que lo consiguiera ni a medias.
Cogí tus manos y centré
tu rostro en el mío. Violenté
tus labios para que leyeran los míos.
«Si algo ocurre», te dije,
«será sencillo».
Asentiste. Encendiste un cigarro
con la colilla humeante del anterior.
En tú frente vi la pesadez de los años,
el descrédito de las palabras que se repiten
sin mucho sentido.
El lastre de los hechos que hablan desde sus cuerpos tremendos.
Cuerpos que no se dan cuenta de que existen donde
nunca existieron: antes fueron ciertos,
ahora son cuentos.
Creo que pensaste que no sabía de lo que hablaba, pero
que creía saberlo.
Vi que me reconociste el esfuerzo.
Me quedé mirando tu soledad inventada,
dibujada y presente en tu boca.
Y no supe que más decirte, así que repetí,
con intención de no tener que volver a hacerlo:
«Si algo ocurre,
será sencillo».