Después de mucho tiempo comprendí
que, al fin y al cabo,
el tipo sólo era culpable de sentirse
todo lo culpable que era.
Y eso muchas veces es más de lo que puede
soportar un hombre en su sano juicio.
No tenía muchas ganas de navidad,
iba refugiándome en las esquinas suplicando
un cambio de estación, una sorpresa sin contraprestaciones
o un limbo en el que cobijarme.
Iba rezando a dioses que no tienen oídos
y esperando que el sonido de los pasos de mi
huida
llamara la atención de algún modo a algo.
O quizá que me dejaran tranquilo,
no puedo precisarlo en este momento.
Nunca es tarde para dejar de llamar a casa,
nunca es suficientemente tarde para romper la maleta
al salir del hotel. Nunca es demasiado tarde
para dejar la mesa puesta, a los invitados sonriendo
y coger la puerta con prisas y sin señales aparentes.
El tipo sólo pasaba por allí.
Yo no pensaba en nada más que en seguir corriendo hasta
que fuera pronto de nuevo para algo. Deseaba
llegar temprano a alguna parte.
El tipo sólo pasaba por allí vendiendo algo
o mostrando alguna especie de catálogo.
Y se encontró con una huida y con mis gritos.
No replicó.
Bajó la cabeza al suelo y se escondió detrás
de las orejas. Años, muchos años más tarde,
comprendí que el tipo aquel sólo era culpable de sentirse
todo lo culpable que era.
Y eso muchas veces es más de lo que puede
soportar un hombre en su sano juicio.
Pero eso no lo sabía entonces.
Y a duras penas lo entiendo ahora.