No hace mucho tiempo no tenía dinero para cervezas, ni para tabaco,
así que pasaba medio mes borracho y lleno de nicotina y el otro medio esperando.
Esperando a que viniera alguien con lo que a mí me faltaba.
No solían tardar. Llegaban con sus guitarras y sus litros y sus paquetes de fortuna
agradeciendo un techo bajo el que estar y una cabeza en la que reventar.
Me decían que la vida era una farsa y que les gustaba estar aquí,
donde todo era más real. Nos emborrachábamos y luego les despedía
apoyado en el marco de la puerta, mientras el portal se llenaba de humo.
Pero, claro, sólo venían de visita. Luego se iban. Debía ser que en el fondo
no les parecía tan mal que todo estuviera como estaba.
Ahora suelo tomarme las cervezas solo, porque me harté y tuve más dinero
más o menos al mismo tiempo. Ahora que me tomo mis cervezas tranquilo
me pregunto si puedo o debo o quiero buscar algo más,
aunque la respuesta dormita prístina entre trago y trago,
entre vuelta y vuelta de tuerca.
A veces me pregunto si hice mal insuflando distancias, en días débiles
en los que sólo puedo mirar la pantalla blanca del procesador de textos
sin respirar, para no hacer ruido.
Pero eso es como preocuparse por haber cerrado la puerta del descapotable,
no importa en absoluto.