… en la casa azul
del perfecto durmiente. Revolotea
en los platos, los sofás,
las mesas, los cuadros estúpidos
y las sombras de las cortinas.
Juega a campana con la cadena
del váter, que cuelga zumbona
de la cisterna blanca,
allí arriba, sobre las cabezas.
Sopla viento y voy temiendo
el desenlace. Me callo, pero es
tarde. La palabra adora
su ritual de sangre. Yo soy
a veces el viento. Yo a veces
barrunto en mis ojos la enemistad
con la carne, con el espíritu,
con el beso y el pensamiento.
Enciendo un cigarro, dejo hacer
al aire. No puedo reprimir un último
ruego agonizante. Y digo:
(Viento).