… a aquello. Sobre
el azar de los edificios el azar
de la vida, rizando el rizo.
Estamos inseguros de estar seguros
de no equivocarnos. Estamos
semiilusionados, semimalditos,
semivacíos.
Aún preferimos el azar del
gato y, felinos, ronroneamos. Por
nada en concreto, sólo por el
gusto de hacerlo. Yo
te acaricio la espalda y
tú maúllas paulatinamente tu
inmediata satisfacción.
Es casi lo único que queda,
casi lo propio.
Y sigue siendo quietud, creencia
sin creencia, pasión sin pasión
cuando las luces se apagan y
la elección del camino es
absolutamente indiferente.
A veces me pregunto si no fui yo,
o tú, quien cegó
el resplandor inmenso del brillo
tenaz en los ojos.