Que no tengo,
asimismo,
ojos tampoco,
que te juro que busco
unos que me
expliquen y me hagan
querible,
que me voy configurando
alado con cada desayuno
que trago,
con cada pesadilla
que asimila mi organismo.
Tomo un cenicero y
no tiene reposabrazos,
debo dejar
los míos dentro;
en estado latente siempre
fui un genio de
la lámpara del
no-estar-aquí
cuando
no-quiero-estar-aquí.
Alzo los brazos a la tierra
de tierra del suelo
y les hago brotar
flores,
flores de carne
bajo el estanque
de corrupción
que son mis propias lágrimas,
mi propio sufrimiento,
mi propio cajón,
donde duermo.