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prótesis, gas, dinosaurio, probador, paralelas, tatuajes, bastiones

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Curarse… ni que fuera posible. Venga ya, joder. Lo posible es sobrevivir con un miembro amputado, no puedes volver a hacerlo crecer. Te puedes poner uno de plástico, una prótesis, pero no es lo mismo. Con el tiempo me pondré una, una bonita, supongo. Pero ni entonces dejaré de notar la ausencia del miembro diseccionado limpiamente en una hermosa operación quirúrjica con la técnica «ruido de cajones en el dormitorio mientras intentas no concluir la conclusión evidente».

Curarse es imposible. Uno sigue amando. Van pasando los días y todo se vuelve más irreal, no puedes ir a darle palabras a ella porque para ella de esto han pasado ya más de treinta años y tiene la cabeza en otra parte. No puede entenderte porque, seguramente, a ella no le ha hecho falta ni prótesis, no se le ha amputado nada. Sólo abrió el cajón, llenó una mochila, salió a la calle y pensó «¿dónde habrá un buen lugar para comer algo?» y todo siguió el curso legal. Uno sigue amando, incluso a veces pienso que más intensamente, sobre todo más coherentemente, sobre todo más consciente del amor y de su casuística probable. Todo es cada vez más irreal porque para que la atmósfera subsista hacen falta dos. Uno cuando está sólo no puede dejar de percibir que no tiene suficiente fuerza gravitacional y el gas responsable de una historia en común se escapa en jirones al espacio. Y aunque la cabeza sigue intacta y el corazón siente lo mismo, o más, la realidad corresponde cada vez menos con la atmosfera de mis percepciones. Esto empieza a ser algo así como sentirse un dinosaurio y no entender que tus propios ojos te muestren una realidad llena de tipos humanos con piel rosada y delicados miembros, tenían que tener colorines, crestas y escamas. No por eso dejas de sentirte dinosaurio, pero empiezas a perder contacto con el suelo, porque el suelo no corresponde. Es otro suelo. Los pies son los mismos.

Y no te puedes curar si no controlas los sueños cuando duermes. Menuda patada me han dado esta mañana al despertar, otra vez lele y yo teníamos una bonita relación hasta que me he despertado. En el sueño habíamos hablado de muchas cosas. Habíamos terminado besándonos, haciendo una maleta y encajándola en la casa de Delicias, en un armario. Ni cajones nos hacían falta, porque teníamos prisa por devorar lo que nunca habíamos hecho. Recorrimos el barrio cogidos de la mano. Ella se compró un vestido precioso, yo me metí en el probador cuando ella estaba en bragas, a besarla, hacerle fotos y meterle mano entre risas y rumores acuosos de labios en contacto. Después vimos a vic, leti y mateo y nos reímos mucho en una terraza. Luego, al volver a casa, la primera noche de alguna nueva era prometedora, me desperté en el sofá, en esta realidad. Había litros vacíos de anoche y ceniza por todas partes, olía a incienso y hacía frío, la ventana estaba abierta. Calcetines míos por el suelo y algo grasiento pegado al suelo. Y mi pie pegado a eso grasiento.

No puedes curarte, en definitiva, mientras aún sientes. Haces otras cosas, ves a otra gente, intentas vivir normalmente, enviar cosas a concursos, a revistas (la bolsa de pipas me respondió hoy, error en la recepción del archivo adjunto), pero sabes que todo es débil y tenue, frágil. Sabes que la otra realidad tiene más fuerza, aunque no corresponda, porque al fin y al cabo tu corazón está allí, aquí tienes un corazón substituto más frío, más pequeño y funcional, que te han prestado por eso de mantener el flujo sanguíneo.

No puedes curarte, simplemente, porque no estás enfermo. Amas, que es otra cosa distinta. Es como tener ojos, o cresta, o escamas. Las tienes y punto. La persona a la que amas ya no te ama. Bueno, eso es desagradable, pero no modifica en nada tus sentimientos, no existe una relación directa entre ambas cosas, son dos caminos que cuando son paralelos todo funciona de maravilla, y cuando divergen… bueno, pues una x de la ecuación se jode como es debido. La otra con divergir tiene suficiente. Y la x jodida sigue sintiendo lo mismo, porque amar es como tener ojos, o cresta, o escamas, amas y punto. Vete tú a decirte que ya no, que vale, tenías el número ochenta en la cola y ya van por el noventa y el papelito no te sirve de nada. Ese papelito lo tienes tatuado en la palma de la mano, a ver que haces ahora

si tatúas otro encima el resultado va a ser confuso para todos, nadie va a saber ya si te toca a ti o todo es una confusión lamentable

pues sigues allí, en la cola, haciendo vida normal. Saludas, ries, entras, sales, y de vez en cuando te miras la palma de la mano y al contador de la pared y te vienes un pelín abajo. Pero estás inmerso en tener que hacer vida normal.

Te gustaría regar sus oidos con palabras, para que creciera algo. Pero las palabras no sirven de nada. Te gustaría que en su cabeza el amor estuviera haciendo estragos, porque siempre has creído en el amor verdadero y lo has colocado como un bastión entre tus piezas. Porque en el fondo sabes que sería bonito, entre tanta mierda, que el amor tuviera ese tipo de fuerza. Sería un punto a favor de todo esto. Pero no es así, y amas en soledad, y en compañía te vuelves a integrar en el mundo que se te escapa por la propia atmósfera de tu cabeza. Pierdes contacto y lo recuperas entre todos, gracias a todos, por todos.

Pero no te curas. Sólo, y ya es bastante, intentas acostumbrarte a carecer de lo necesario y no hacer de ello un drama.

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