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taxidería

Bajé a tomar un taxi en la taxidería de la esquina mientras te esperaba, porque allí los preparan de forma francamente excelente y a ti no te disgusta en exceso el lugar. Saqué mi pipa, la cargué y la amartillé con un duende de sombrero puntiagudo -no me gusta de otra manera- y sorbí un poco de taxi con la pajita. Con la primera calada el aire se llenó de folios en blanco, por lo que me sentí bastante satisfecho y enardecido. No comprendo cómo aguantan su trabajo los de fuera de la barra, todo el día preparando vehículo tras vehículo y soportando a los clientes que no tienen nada mejor que hacer en un momento dado que venir aquí a estropear su trabajo bebiéndoselo. Ahora mismo el empleado está preparando un T.I.R. de veinte toneladas, y se le está atravesando uno de los neumáticos. En realidad no consigo entender a los que trabajan. Cojo un folio en blanco y escribo un poema medieval, termino y lo dato aproximadamente en el mil cincuenta d.C. Eso será suficiente para pagar esto y lo que tú pidas.
Nos han invitado a una fiesta en nuestra casa, una fiesta de disfraces. Yo me he disfrazado de ti y tú de mí, por lo que me cuesta bastante esfuerzo reconocerte cuando entras con mi cara sobre tus labios. He de admitir que da un asco inmenso besarte, pero lo hago de todos modos.

– Uff, casi no llego.
– Es igual, ya sabes que las fiestas casi siempre empiezan con tres días de retraso.
– ¿Qué tomas?
– Un taxi.
– ¿Qué modelo?
– Humm… no lo sé, no sé cuál en concreto.
– No vas a cambiar nunca. Eres un completo despreocupado. ¿Qué es esto?
– ¡Ah!, un poema medieval que acabo de expeler.
– Parece bastante auténtico, ¿de cuando es?
– Del año mil cincuenta.
– Estupendo.
– ¿Quieres algo?
– Sí, una lechera de reparto citröen.
– De acuerdo, te la traigo.
– Gracias.

A lo largo de la barra se extienden las cámaras, busco hasta que encuentro la de citröen y la abro, le pregunto por la camioneta al enano responsable de dentro y en tres horas y cuarto la tengo acicalada y dispuesta para ser ingerida.
A veces no quieren y un psicólogo especializado debe tratarlas para convencerlas de su error.
Cuando vuelvo a mi disfraz le ha salido barba y rasca, lo que no dejas de advertir con incomodidad. Se te está irritando la cara. Mi cara.

– Me gusta cuando haces círculos con los folios.
– Ahora no estoy muy inspirado. Prueba tu bebida.
– Perfecta. Es bueno que seas un alcohólico, conoces los sitios donde mejor las preparan.
– Tiene su mérito, no te digo que no. ¿Me quieres?
– Sabes que de vez en cuando sí.
– Gracias, estoy pasando por una fase de baja autoestima.
– ¿Por qué?
– ¿Tú entiendes el sentido de todo esto?
– ¿A qué te refieres?
– A todo en general, supongo. No comprendo muy bien por qué todo es como es, el significado de las cosas que hago cada día.
– Eso es claro. Cuando tú llegaste estaba todo montado, ¿no es así? Pues intenta cambiar lo que no te guste y quédate con lo que te guste. Eso es lo único importante.
– Ya… pero… ¿y si las cosas me gustan porque he crecido con ellas?
– ¿Y eso qué más da? Lo importante es que te gustan y te hacen sentir feliz. Si hubieras nacido en un mundo sin pipas no serías poeta, probablemente serías amanuense o anacoreta. Pero si de hecho no es así, ¿para qué romperse la cabeza?
– Supongo que tienes razón. ¿Vamos a la fiesta?

En la calle los perros atados a las farolas aúllan amigablemente mientras evitamos sus mandíbulas hambrientas.

En los portales los vecinos se sonríen mientras ven pasar a una pareja tan perfecta. Tenemos el don de la incredulidad y no les hacemos caso, aunque insistan. En los portales vacíos hacemos el amor hasta extenuarnos y dormimos la siesta. Después nos vestimos y comemos en un restaurante de moda y siempre encontramos pelos en los platos, por lo que nunca pagamos. Yo me acaricio y me devuelvo la caricia con infinita ternura. Ella tiene amantes y yo la espero en la calle porque después, sea como sea, siempre come conmigo. Los amantes son hombres vestidos de negro que se tapan la cara con un embozo. Yo no tengo amadas porque me gusta vestir de verde chillón y llamo mucho la atención.
Al llegar a casa abro la puerta con una fuerte patada que la madera reconoce dejándonos pasar. No puedo evitar lagrimear al ver a todos nuestros amigos esperándonos saltando en los sofás y vomitando en las paredes. Todos allí para agasajarnos en el día más feliz de nuestras vidas.
Hoy nos hemos conocido.

2.
Cuando la fiesta termina la casa está cansada y tú y yo no podemos hacer mucho ruido, así que nos sentamos en el corazón del salón a hacernos mimos con los pies en silencio. Un mediodía anaranjado nos observa desde las ventanas que dejamos abiertas para que los recuerdos salgan y nos dejen vacíos. Tú tomas de nuevo una camioneta de reparto y yo un pequeño ciclomotor de segunda mano. Todos se han ido llevándose la suciedad en limpias bolsas de plástico negro, todos se han esfumado como el vapor de agua y de nuevo constato la presencia de un incómodo agujero en la mitad de mi pecho. Como ahora mismo no me preocupa lo dejo pasar sin más.

Se pierde.

– ¿Has tenido alguna vez pesadillas?
– No, nunca. Son muy caras de mantener.
– Ya.

Y así pasamos aquella tarde.

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