Suena en la pecera el
crepitar febril de los peces,
ellos quisieran un aguacero
de primavera entre
los cristales de
su encierro.
Suena en la pecera
y cae,
golpea el suelo,
se afianza en los sofás de
cuero de plástico,
recorre el cristal
?de nuevo cristal?,
de la mesa que centra el
salón,
penetra lento en el
depósito de saliva y
envenena el café.
Pienso que en todo ello
debo encontrar un sentido, que
explique por qué vibro cuando puedo oír
cómo se desintegran los
mismos ceniceros.
Los ceniceros son parte del supuesto.