¿Cuántos poemas no han
empezado del mismo modo?
Tengo la sensación de no
dejar de recorrer un mismo
círculo irrebasable. Esa es
la insoportable cantinela del
café.
Sí, pues sí, de nuevo hoy
llovió. La tribu de los
cabezas-paraguas tomo las
calles, con sus tonos multicolores
o apagados, sus puntas
pinchantes amenazando arrancarme
los ojos.
Supongo que baldosas rojas
y zapatos de cuero
con grasa de caballo,
pantalones vaqueros y
apuntes apuntados bajo el
brazo.
Supongo que cara mojada y
pelo en coleta, lucidez
aletargada y maletas vacías;
hoy cayó la lluvia sobre mi
rostro y no borró nada.
No lo consiguió.
Mi máscara, a estas alturas,
es tan impermeable como
el más sincero plástico.
(- Toma tu viento,
llévate a otro lugar. Bajo
el silencio o sobre él, bajo
el miedo o sobre él, bajo la
luz irresquebrajable o sobre
ella; bajo la estación de metro
o pasando frío fuera.
– No puedo. Olvidé dónde
puse mis zapatos. Tengo un
agujero en el pecho, no puedo
ir a ningún sitio sin zapatos.
Sin zapatos no. No sin zapatos.
Si los tuviera… pero así no. No
de esta manera, no ahora, dame
tiempo. Los encontraré. Entonces
sí, lo aseguro. Te lo aseguro. No
puedo sin zapatos. No puedo.
No sabría. No resistiría. Moriría.
Es comprensible.
– De hecho, ya te estás
muriendo.
– Eso no es cierto. No lo es. No
señor. Nada más lejos. No te creo.
Esto es sólo un mal día. La
lluvia. ¿No leíste los otros poemas
de días lluviosos? Lo hiciste.
Entonces ya sabes, es lo normal.
Así es, lo normal. Te lo juro. ¡Je!,
tú sabes que no miento, que
no sé mentir, que no puedo…
– Coge tu viento. Llévate a otro
lugar.
– En realidad ya da igual. Lo
sabes, ¿verdad? Con o sin zapatos
es imposible moverse cuando…
cuando ella nació lo hizo para siempre).
Uno nunca debiera poder
mirar más allá de
las sonrisas o los
gestos sardónicos, de
las caras
que llueven
rodando gotas
mejilla abajo
hasta el cuello
donde resbalan
para ser
absorbidas
por el elástico
del jersey.
Uno se va equivocando almacenando
los pensamientos equivocados en sitios frescos
y salvos. El surgimiento de la extrañeza
no acude hasta que el
círculo vitando
(que son nuestras manos,
¡Dios!,
¡nuestros brazos!).
refleja descuidado todos
sus viajes estúpidos a ninguna parte,
todas las veces que hemos vuelto
a empezar.
( –Mentira. Que hemos nacido
de nuevo iguales. Cada una
de las veces sin saber que
hemos vivido. )
A veces es la lluvia. En uno
de sus múltiples reflejos enseña
otras realidades que se escapan
a la luz directa. Más bien creo
en la melancolía. Salir del ahora
para comprobar
que jamás hubo otra cosa.
El café. Las primaveras.
Los inviernos. Los veranos.
Los otoños. La lluvia.
Otro poema de lluvia.
Otro poema de otoño.
Otro bonito recordatorio
para olvidar.