Si desboco el talud de cigarros
que se me viene encima no estoy
mal del todo. Si pienso que
existo ya estoy bebiendo y
más de lo mismo.
Un amigo me tuvo en un
parque con cerveza y frío,
la luna alimenta carne hepatitis
mientras me cuenta su vida.
Supongo que lo considero
algo afectuoso, eso de verter
tus medianas desdichas sobre
la mirada borracha de alguien
que no te escucha.
La misma historia recorre
el mismo círculo que Nietszche
llamó del eterno retorno,
el mismo espectáculo circense
de abrir piernas y conseguir
mantener un trabajo.
Amparado por la estupidez
suprema del desencantado ya
puedo escuchar, todo realismo
es un argumento barato
de segunda mano en el rastro.
Pero la luna, la hijaputa de la luna…
(Ella esta ahí arriba, a
salvo de toda salpicadura,
me dejó en la mierda que
rebota en mis manos, en mi
cabeza, en mis pasos. Ella canta
y yo la oigo y me hace
envidiarla.
Donde no hay salpicaduras.
Donde no hay salpicaduras).
Al fin y al cabo
no debo preocuparme. La mañana me
dice que se acabó, el momento
ha caducado, ya puedo ir a casa
y vomitar tanta bilis, limpiar
bajo la alcachofa de
la ducha mis más donosos
regalos, las salpicaduras
salpicaduras
salpicaduras
salpicaduras
salpicaduras
(Como en una canción, prueba a
añadirle música, este poema
termina en un estribillo que
se va reproduciendo a sí mismo
cada vez más débil,
cada vez menos convencido).
salpicaduras
salpicaduras
salpicaduras
salpicaduras