Caemos y vamos rodando
mil muertes en esta única
muerte que es nuestra
coherente vida.
Esquizofrénicos en estas mil
mentiras que intrabables
vamos desgajando de nuestra
mente enferma, presos de
este patibulario que llamamos
días y rutinas cotidianas.
No merece la pena.
No consigo creer en nada.
Lleno de alcantarillas me
voy subsumiendo en el papel
que interpreto y voy calmo
interiorizándolo.
Y un día descubro inquieto
que ya no se puede salir, que estoy
atrapado. Se hace difícil
respirar este aire enrarecido y soy
odio y más odio
en el último camino.
Piezas de puzles distintos que
intento conformar en una sola
imagen de mí mismo.
Llueve y llueve y llueve y
llueve en la puta calle. Y estoy
harto de ir hasta a cagar con
un libro por si se me ocurriera
pensar demasiado. Por si
sonara demasiado adentro y
retumbase el hueco que tengo
entre patilla y patilla, oído y
oído.
Y me voy gestando de
sentimientos diluidos, me hago
humano, social, bien castado.
En la calle la lluvia cae y
va limpiando el frío asfalto.
Me fumo un cigarro en el
escritorio y miro a un punto inventado.
Una lata de coca-cola y el diccionario
de la Real Academia. Lorca y
Machado, Hierro y Rimbaud y
Apollinaire.
Y rijo sangre alcohol, océanos
enteros.
Bajo mínimos el pensar de
lo que importa, números rojos en
el sentir que no siento
aquí al lado, en la cara oculta
de tu único rostro.