Sexto Empírico.
Hipotiposis Pirrónicas.
Akal.
Edición de Rafael Sartorio Maulini.
1996.
Bueno, pues aquí tenemos los tropos, aporías o hipotiposis a todo pensamiento dogmático. No sé si el escepticismo es una buena mirada o no, pero desde luego parece ser que poco o nada más nos queda después de los traslados de uno a otro sistema aparentemente cerrado y explicativo. La suspensión del juicio:
«Adoptamos la expresión ‘suspendo el juicio’ en lugar de ‘no puedo decir qué hay que creer o dejar de creer acerca de lo que se propone’, indicando que las cosas nos aparecen igual en lo que se refiere a su credibilidad e incredibilidad; pero respecto a si son de hecho iguales o no, nada afirmamos: sólo decimos lo que nos aparece cuando nos afectan. También, por otra parte, se dice ‘suspensión’ porque la mente queda en suspenso de modo que ni afirma ni niega nada, a causa de la equipolencia de lo que se investiga».
Toda filosofía que se haga y que se pueda hacer se hace contra los tropos escépticos, Pirrón de Elea tuvo la fuerza suficiente como para convertirse en un referente a rebasar. Con mucha cordura repasó todas las deficiencias humanas con respecto al estudio de la verdad, sin pretender afirmar con ello la efectiva negación de algo así como una Verdad Universal (muchos después de él afirmaron lo mismo, de si hay o no hay verdad eterna no puedo discutir, porque mi propia constitución me impide saber nada de ella aún en el caso de que existiera, así que a otra cosa (¿no os suena?)).
La crítica más extendida al relativismo es esa según la cual si afirma que ningún sistema dogmático puede ser verdadero está constituyendo en sí mismo un dogma. Pero Pirrón tan sólo niega las condiciones de posibilidad de alcanzar el verdadero conocimiento y no, como ya dije, la imposibilidad de ese mismo conocimiento. No niega o desdice nada acerca de la Verdad, sino más bien de nuestra capacidad de reconocerla si nos pasara por delante.
Es algo así como un reconocimiento del terreno, vamos a ver con qué contamos para ver qué se puede hacer. Claro, después muchos hicieron lo mismo, pero de forma más tendenciosa y con una intención respetable pero sesgada, inventando sujetos transcendentales, o totalidades presentes en parte en las unidades, o mónadas o cualquier otra alucinación supina de más o menos interesantes ventajas didácticas y, sobre todo, constitutivas. Formas de justificar una identidad que sostenga el conocimiento cierto (la intersubjetividad kantiana es especialmente hilarante) y que justifique los casos en los que no se da efectivamente esta coincidencia (jeje, justificando el despiste y el error, y colocándolo efectivamente dentro del campo minado de lo equivocado).
Lucido y claro (salvando las distancias). Es todo un manual de vida que termina fuera de si mismo, sin mandamientos, sin verdades.