Tú me pides vida y yo no tengo ninguna
que darte. Ardemos, inmortales en este segundo
presente, buscando la creencia que
haga de esto algo bello. Ahogados
en las miserias del ser aquí humano.
Aquí y ahora como siempre. ¿De qué
me sirven los gritos y las falsas vidas? ¿De
qué la risa y el sueño? Siempre
volvemos a este instante en el que
nos descubrimos muertos, aquí y ahora,
ahora y siempre.
El mundo ofrece sus dones en forma
de cadenas, sinuosas y deletéreas
y empapadas de connotaciones sardónicas.
Ríen, parece; pero sólo para esconder su
oropel, para hacernos creer que somos
afortunados de ser.
¿De ser? ¿De ser qué? Abrázame y
no me dejes. Deja mis ojos cerrados,
abrázame abandonado y abandónate
por tu cordura, como yo. Al menos,
no caeremos. No en más que en nosotros
mismos.
Y es que prefiero no odiarte. No aburrirme
de ti como de todo. El mundo pide actividad,
movimiento. El mundo pide “quiero” para
no dejarnos sentir el frío de este maldito
y constante invierno. El mundo pide un
Dios vacío que dé risa y dé bríos, que ame lo
nuevo como a sus apóstoles, los arcángeles
de su reino.
Prefiero no odiarte, no quiero entrar en la
caja y abandonarte con el tiempo. Prefiero
amarte, si es que entiendo lo que es eso.
Ya no lo sé. Ya tan poco sé. Abrázame,
deja que sangre. Engañémonos, pero
hagámoslo nosotros, vamos a contarnos
cuentos que nos calmen.
Sí, buscaremos en tanto viento un
amarre, una caja propia que nos anule y
nos encuadre. Un placebo de armonía
que termine haciendo sincera la risa.
A veces me preguntas, no sin razón,
cuál es la diferencia. La diferencia es
que yo amo mi, tu, nuestro infierno más
que cualquier otro. Pálida mascarada
que me hace pensar, pensar que aún resta
algo de algo llamado nosotros.
Preguntas y pides razones y las razones
no sirven. No me bastan, no más
que para inventarme ya muerto. Ellas sólo
son armazones de hierro y cemento,
intentos que sólo hablan de
sí mismos, malditos artificios
en los que me encierro para creer que algo
entiendo.
Y ya no creo, y creer no tiene razón, ni
la hay para dejar de hacerlo. Creer nace
dentro, en mi angustia. Podemos llorar
sangre y sangrar dentro como jamás
nadie rompió al hacerlo. Y eso jamás
lo hará un argumento, un mundo muerto.
Y aquí estoy, vivo y creyendo. Vivo. Y
creyendo. Ven conmigo, por favor. Juntos
gritaremos, soterradamente, para nadie. Y
esperaremos que nadie nos acompañe.