Tras unas más que ligeras desavenencias con mi sistema digestivo y con mi pie y su relaccíon turbulenta con la ley del equilibrio en la ducha, tras retirar un vaso del escritorio que me recuerda sospechosamente a los utilizados en el último garito, tras echar un poco de ceniza en el escritorio (se ensucia, pero no es como antes), tras reconciliarte con todo
y delante de un café-con-leche
y un cigarro sonríes. Repasemos:
La ciencia normal de un momento dado dice que la entropía es la tendencia inherente de los sistemas ordenados hacia el desorden, siempre hay rozamiento, fuerzas que abren el sistema. El desorden máximo es el caos, o la muerte en el caso del sistema-vivo, o cualquier identificación que se nos ocurra.
La teoría del caos, sin embargo, nos dice que la entropía existe y actúa, pero que considerar el caos como el final del proceso es sólo una cuestión del lapso temporal escogido. Si se alarga se puede observar algo así como una post-entropía o anti-entropía o una reordenación de un sistema (que no tiene necesaria ni probabilísticamente que ser el mismo).
Según ellos, hay dos tipos de predicción posible: una en periodo de sistema ordenado regido por la entropía, donde las leyes que funcionan son las de la ciencia normal. Otro el del sistema kaótico del lapso kaótico, en el que las leyes del caos son las que nos sirven para concluir cualquier cosa. Un periodo que carece de irreversibilidad, en el sentido según el cual hacer retroceder el proceso en un punto no nos asegura que el nuevo devenir resulte idéntico. Demasiados factores.
Ignatius dice en la fábrica de Levi Pants que no se ha relaciona mucho con los negros, porque sólo se relaciona con sus iguales, y como no hay nadie igual a él, no se relaciona con nadie. (La doble negación lingüística es confusa ahí).
Mi perilla, cuanto más larga, más suave.
Mi corazón está ahora en el pie, y desde allí palpita.
La revolución de las mochilas de Kerouac enraizado después en el club de la lucha de forma idiotizante y la historia de un idiota de Azúa. Miller desangrándose en Cáncer y Capricornio. Hesse jugando a la república de Platon en su juego de abalorios. Swift meditando sobre el palo de una escoba, Hierro y su rescate imposible (han pasado más de treinta años…), eso de arriba de Brines, la espuma de los días jugando a ser otro juego, el de un lógico escribiéndole a una niña de la que está enamorado (de qué sirve un libro que si no tiene ilustraciones ni diálogos, se preguntaba Alicia). Paniker con su mística centrando su diario en la relación extraña con una mujer culta que le tiene absorto. Y un guardian dando tumbos en el centeno mientras intenta ver dónde está. El péndulo de foucault colgando de cualquier parte, allí donde el sombrerero loco lo pone hasta que llega el momento, grita «¡cambio de tazas!» y lo mueve, trastocando todo con ello. Roger Wolfe con música en la recámara, Hank «no sé lo que le pasará a otra gente, pero yo, cuando me agacho para ponerme los zapatos por la mañana, pienso: ¡ah, Dios mío!, ¿y ahora qué?», Loriga dando tumbos. No voy a dar nombres, pero… un cierto muchacho nervioso e impetuoso volviendo a casa de su madre por extraños motivos, responsabilidad rota, otro tomando una decisión que le destroza, porque las cosas llegan a un punto… y todos dando tumbos, hay muchos más. En Muerte entre las Flores el gran duro (genial, atípico) dice: «Nadie conoce a nadie, o al menos no a fondo» y es «Nadie conoce a nadie, ni siquiera a sí mismo, o al menos no a fondo». No se me recrimine a nadie. El capitán salió a comer y los marineros tomamos el barco. De qué nos vamos a extrañar ahora.