Y quizá no quiero recordar
lo que no quiero
porque llegó el tren
-que, por otra parte, casi
siempre llega-
y de repente estaba yo
en la estación agitando la mano
con unas gafas de sol
de recuerdo
agitando la mano imbécil
sin darme cuenta de nada
feliz por tener parcelas
de tu cuerpo de prestado
en mi piel, en mis labios,
en mi pelo
trofeos de guerra,
ecos de combates mayores,
sombras desleídas e impotentes
ante un próximo e inevitable
rescate imposible.