Lo recuerdo perfectamente
aunque me traicione la
maldita memoria:
estamos tomando café en una cafetería
confusa y
desdibujada
y ella me pregunta por
si quiero ir a alguna parte
y yo no sé que contestar porque
he perdido demasiado el tiempo
desnudándome para no
apegarme a nada.
Ella lo entiende porque
suena
resuena
el sordo
golpe
de los acontecimientos sin
sentido que
se repiten
como las gotas de lluvia
sobre la tierra
sobre la tapa del ataúd
sobre el cuerpo del muerto.