Sincronizando podríamos
decir que no tenemos manos que
nos canten el silencio,
cuando nuestros pies se detienen
esperando un autobús
barriga-llena que siempre viene a
recogernos.
Busco,
en un infierno
de cafetería
perfectamente entendido
y consentido,
un lugar bajo
la barra donde no hable
cada cenicero.
Bajo las servilletas
usadas, los palillos,
los pelos, las cáscaras
de pipas, de pistachos,
de mejillones,
de caramelos, de
cigarros.
Observo un momento
el brillo fugaz de su
llavero plateado
tomando posesión
de la barra.
Quizá no tenga sueño
y piense siempre en estar
despierta. Quizá no
se adormezca porque
encuentra sugerente
el tiempo.
Quizá le invite a una
cerveza para comprobarlo.
De todos modos,
sufro pensando que quizá
no sea más
que un cerebro
desplastificado en cemento,
terminológica y facticamente
peor que muerto.
Pero al menos, al menos
eso creo, me quedarán sus piernas
para naufragar mañana cuando,
despierto, me avergüence de
haberla destripado para nada…