«Era un animal con ojos. Los ojos, muertos y transformados en piedra, estaban mirándole en ese mismo instante. Se trataba de uno de los crustáceos primitivos llamados trilobites.»
Un par de ojos azules. Thomas Hardy.
Ya digo,
ojos, pies cansados, cabeza cansada,
luz de almohada sobre la madrugada cuando,
exhausto,
me detengo.
Busco el pulsador del timbre
para llamar a la enfermera. Detengo el tiempo en ello.
Espero un segundo, luego otro,
después abro los ojos.
Sobre la mesa encuentro una baraja de cartas,
un paquete de tabaco, un cenicero, el móvil, la solapa
torcida de un libro abandonado,
no sé quién va a reír el último en todo esto.
El que fui, el que aún no soy,
el que está aunque no le dejo salir,
el que habla, el que gana alguna vez y pierde otras tantas.
A veces son demasiados.
Es demasiado tarde.
No hay enfermera alguna.
Hace demasiado frío aquí dentro.
Tengo poco tiempo para dormir.
Busco el silencio en mi cabeza.
Lo encuentro.
Me duermo.