Hace años tenía un sueño recurrente que me volvía rematadamente loco. Era capaz de hacer que me levantase una mañana soleada de primavera con los pajaritos cantando en la ventana, con el olor de la hierbabuena que tenía siempre plantada anegando el dormitorio, con la polla dura mañanera como una piedra enseñoreándose frente al tiempo, y pese a todo dejarme desvalido como un chiquillo y asqueado del mundo para el resto del día. Un sueño cabrón, un sueño jodido.
En él yo estaba tranquilamente leyendo, tomando unas cervezas. De repente aparecía por la puerta del salón una ex con la que estuve mucho tiempo y decía “hola”.
Hola.
Y se sentaba. “He venido a verte”.
Ya lo veo.
Y tranquilamente se encendía un cigarro y ponía la tele.
Y yo no sabía muy bien si soltar el libro y decir algo o dejarla tranquilamente a su aire. No comprendía muy bien cómo no se daba cuenta de que la antena estaba jodida y sólo veía nieve. Pero las tías son raras. Las tías son rematadamente raras. Así que la dejaba mirando aquello y yo seguía con la lectura. Ella, de vez en cuando, se reía o comentaba algo. Yo dejaba la lectura un momento y miraba a la pantalla para ver la misma mierda, la misma nieve, ruido sin sentido. Menos mal que entonces ya sabía lo raras que pueden ser las tías, así que no le daba mucha importancia y seguía a lo mío.
Un rato después me dijo que tenía hambre, así que abrí la nevera y preparé una ensalada y algo de pasta. Nos sentamos en la mesa y no hablamos demasiado, ella seguía dándole duro al televisor. No se daba cuenta de nada, así que yo la dejaba hacer. Partía el pan y le daba un trozo, le preguntaba si estaba todo bueno. Me respondía que sí, que gracias. Terminamos la cena y dejé los platos sucios en la pila. Total, mañana ya no estarán. No hace falta fregarlos.
Saqué otra cerveza de la nevera y le traje un vaso. Estuvimos un rato bebiendo y tocando la guitarra, y de cuando en cuando fumando como condenados. No tenía mucho miedo a quedarme sin tabaco. En realidad, no tenía ninguno. Nos echamos unas risas, como en los viejos buenos tiempos, así que inicié una maniobra de aproximación táctica. Que cortó con un seco “eh, qué haces”.
No sé, lo estábamos pasando bien.
“Por eso mismo, no te equivoques”.
Bien, pero no queda mucho más que hacer aquí, amiga mía.
“Entonces salgamos a dar una vuelta”.
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Y claro,en ese justo momento yo me daba cuenta de que ella no se había enterado realmente de nada.
Amiga mía, le decía, estás muerta.
Y en ese momento dejaba el libro boca arriba sobre la mesa. Y ella me decía que las páginas estaban en blanco. Yo miraba el libro de Kundera y no sabía a qué coño se refería. Ella lo cogía nerviosa y buscaba entre las páginas, y repetía “¡nada, están en blanco!” Y yo le decía que estaba loca, que siguiese mirando la televisión rota que no devolvía más que nieve.
Y ella decía: “¿Sabes?, no ha sido buena idea. Me voy.”
Se iba hacia la puerta e intentaba abrirla y no podía. Las llaves estaban puestas porque yo las había dejado allí, y ella intentaba girar la llave y no podía.
“¡Ven aquí y abre la puerta de una puta vez!”
Y yo le decía “tía, estás loca, qué cojones voy a hacer para abrir esa puerta, no me jodas, échale un vistazo a las ventanas, a ver si de una vez te das cuenta de algo”.
Y ella descorría las cortinas a través de pasitos espasmódicos.
Y al otro lado del cristal sólo había un negro absoluto.
Yo ya lo había visto.
No mucho rato. Intranquilizaba. Estaba demasiado hueco.
Intentó correr las ventanas, pero no pudo.
Recuerdo que se hizo sangre en las yemas de los dedos, se arrancó un par de uñas. Al día siguiente no quedaría ni el recuerdo, claro.
Balbuceando y sollozando se dio media vuelta. “¿Qué… coño está pasando?”
Sólo tengo una idea aproximada. Estoy bastante seguro de que estoy muerto. Ese coche me pasó tan por encima que dudo que dejase algo de vida en mí. Ni un trocito. Desde entonces estoy aquí. Leyendo. Tomando cerveza. Fumando.
“¿Qué?”
Esto es algo así… como un infierno personal. Nuestro infierno personal es estar juntos en esta casa para el resto del tiempo, o del no-tiempo, o de lo que sea. De lo que sea que haya ahí fuera. Hasta ahora pensé que era un infierno… tibio. Al fin y al cabo no estoy mal leyendo, lo único que falta es la gente, una conversación de cuando en cuando. Pero cuando entraste tú comprendí dónde estaba la parte negativa, lo que la casa había estado esperando. Creo que aquí pagaremos lo jodidamente mal que lo hicimos todo. Y, amiga mía, echando la vista atrás creo que nos llevará un par de eternidades saldar las cuentas con quien sea que nos haya puesto aquí.
Y ella alternativamente mira el vacío del cristal y mi cara, y mi cara y el vacío del cristal.
Claro, esta no es mi casa, porque no sé dónde coño andamos, pero no está mal. Tengo los textos, la guitarra, el ordenador. Estoy haciendo un análisis crítico de todos los libros, que es lo que siempre quise hacer. Compongo bastante…
Cristal y mi cara, mi cara y cristal.
… y la nevera siempre tiene lo mismo, cada vez que la abres. Un par de ensaladas, tres litros de cerveza, carne, fruta, verdura…
Cristal. Mi cara.
… y las sábanas están siempre limpias, y el baño, y la cocina, hay tabaco en ese cajón…
Y entonces ella se retira a un lugar dentro de sí misma, dejando sólo una carcasa vacía por cuerpo y unos ojos tan absolutamente inexpresivos que es imposible mirarlos sin comprenderlo todo.
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Y ese es mi infierno, supongo. Desde que está ahí como una mosca momificada por el frío no puedo leer, no puedo tocar, no puedo hacer nada. Tengo un montón de libros a medias y unas ganas locas de tocar la guitarra, pero no puedo. Constituye una presencia que me descoloca, me excentra y me desconcentra. Está en la misma posición, frente a la ventana, con los dedos y las uñas ya curadas. Con esos ojos que no dejan de mirarme ni aunque me dé la vuelta. Ni aunque meta la cabeza bajo el agua en la bañera. Ni aunque me esconda tras las sábanas de la cama.
Su presencia omnímoda no me deja tomar distancia, relajarme un rato y disfrutar del infierno. Ese es el infierno.
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Y entonces despierto.
Muy bueno, amigo.
Lo peor es que hay parejas que se auto-condenan de la misma manera en vida. Por quién sabe que razón. Quizá por aquello de los animales de costumbres.
Saben que no está bien pero el miedo, o el miedo a tener miedo, les paraliza.
Un abrazo,
Hare
No tengo ni idea.
Lo que sé es que hace años tenía ese sueño de forma recurrente.
Y que es un alivio no tenerlo.
Esos ojos inexpresivos me acompañaban todo el día.