No sabíamos dónde íbamos, y mucho menos dónde estábamos. No teníamos ni idea. Nos limitábamos a seguir el ritmo estrábico de las cervezas y afirmábamos: «ahora aquí, después ya se verá».
Eso era todo.
Y lo era todo.
Más tarde sacaríamos la guitarra y nos tomaríamos cervezas en el cesped y daríamos el alma entera por no tener un hueco al que llamar propio. Y nos emborrachamos, como ha sido dispuesto, y nos revolcamos en el centeno.
Y eso era todo.
Y lo era todo.
No llegamos a tocar en el garito al que improvisadamente nos invitaron. Pero estuvimos en la casa de esa tipa que tenía un hijo y le mantenía en la habitación de arriba mientras nos daba más cervezas y esa tipa se enganchó de alguien después y no llegábamos y nos fuimos a cenar y nos dejamos los abrigos y fue todo algo confuso y después de mucho tiempo nos dormimos y luego te fuiste con la tipa que tenía un huerto y era profesora de algo y volviste con las manos vacías pero con ese brillo en los ojos.
Ese brillo en los ojos que lo justifica todo.
Buenísima la foto. Habría que haber tocado. Siempre hay que tocar, toda excusa es falta de empuje, miedo disfrazado de lo que venga bien vestirlo en cada momento…
Un abrazo,
Harecillo