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angustia justo al punto, por favor

Un viernes estupendo con la cosa muta, perfilando y tocando… un sábado detestable y deleznable metido en la cama y rumiando los acontecimientos de la tremenda, confusa, intensa, en un punto preciosa y en el otro dolorosa semana que termina, comiendo filetes rusos y bebiendo agua con gas. Un domingo por la mañana igual. Un domingo por la tarde con mis hermanas disfrutando lo estúpido y estimulante de perderse en coche por todas partes y de la simplicidad de una conversación, de querer estar justo con quien estás.

Siempre he sido bastante tonto, supongo. Dándole vueltas a pequeños acontecimientos para mí terriblemente significativos. Intentando engarzar lo que hago, lo que toco, lo que digo y lo que escribo en un sentido general de todo esto. De todo lo que sucede. No hay sentido (eso ya lo sabía desde el mismo principio, que para algo «La Nausea» vino tan temprano). Pero hay cosas que exceden lo divertido y preocupan. Hay cosas que se salen de las reglas.

Pongamos que la vida no tiene sentido como presupuesto inicial e universal. Cada uno encuentra y se posiciona en su propio sentido, o no lo hace en ninguno. Digamos que esas son las reglas generales del juego. Que sobre ellas damos tumbos, nos reímos al chocar, nos abrazamos, nos acostamos, tomamos unas cervezas, hacemos ruido con las guitarras, lavamos el coche, trabajamos… todo lo que se te ocurra. Digamos que caemos al vacío y de cuando en cuando nos cogemos de la mano y pasamos un buen rato, manipulando las reglas personales, cotilleando, entrando y saliendo… hasta ahí todo correcto.

Hay personas que no juegan. Y hay personas que no juegan en cada uno de los bandos.

En uno, en el de posicionarse, alguien asume que su sentido personal está debidamente consolidado y debería hacerse mayor tomando forma de universal. Con esa gente no se puede jugar porque no son flexibles y no pueden llegar a ver el mundo más que con sus propios ojos. Una conversación con ellos sólo es divertida desde el punto de intentar mostrarles dónde su verdad adolescente hace aguas (todas, incluso esta, lo hacen). Pero no hay conversación real con ellos. Esa gente me preocupa y suelo evitarla con rapidez.

En el otro, en el de no posicionarse, es donde suelo encontrar la gente con la que congenio. Esto no tiene sentido, pero no tiene por qué ser un dolor. Dibujamos un tablero, hacemos las reglas, y cuando no nos gustan lo cambiamos todo y tan contentos. A empezar de nuevo. Pero hay gente que se ha posicionado tanto en el no hay sentido, que ha asumido tanto la falta de sentido como verdad universal, que no es capaz de ver nada más. Sólo el frío. Sólo la agonía. Sólo la cara huesuda, descarnada de la nada.

Al fin y al cabo, es tan correcto como todo lo demás. Se les evita, como a los anteriores, y punto final. Pero hay gente que juega sin saber jugar, que juega porque juegan los demás, que enarbolan sus palabras como si fueran sencillas y, sin embargo, constituyen el vacío absoluto. Me cuesta detectar a estos tipos. No suelo encontrarles, son invisibles. Se ríen, entran, salen, cambian el tablero como si todo fuera tan sencillo.

Pero, en algún momento, se derrumban.

Y te dejan con la palabra en la boca y con el cerebro perplejo y agotado y con ganas de reventar y de extrudir sus almas con una navaja afilada. Te dejan pensando que sólo tenían que haber pedido ayuda.

Pero se han posicionado en la nada más absoluta. No hay ayuda posible.

De hecho, ya no existen.

Terrible.

Hay una sola regla en realidad: lo que hay es lo que hay. Se puede interpretar de mil formas, y ninguna de ellas es válida absolutamente. Pero no se puede afirmar por ello, porque todo carezca de sentido unívoco, que no existe nada. Interpreta, y haz lo que quieras.

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