Todos estamos locos. No conozco a nadie sano. Cada uno de nosotros tiene una semilla a medio germinar de vesania, más o menos digerida, aceptada. Incluso a veces conocida. Menos todavía reconocida. ¿Quién se salva? No se salva nadie. Todo el mundo aprende a vivir o a malvivir con ella.
Y todos estamos locos porque tenemos formas de vida perversas. Así es. Si la gente supiera reconducir tanta tortura personal toparíamos con una generación formada completamente por artistas (tip@ que exporta sus caminos torcidos, su visión deformada de la realidad, sus manías, sus complejos, sus miedos y compone con ellos una visión personal, sesgada y preciosa de la realidad). No todos lo hacen, y eso les deja dos caminos: excluir la locura con férrea disciplina o morir ahogados en ella. Al final, me temo, estos dos caminos componen siempre uno sólo. La victoria es temporal, la derrota es inevitable. Ir cerrando mamparas de un barco que hace aguas no es más que ganar tiempo. Y tampoco menos, claro.
Estamos locos porque vamos dando tumbos. Estamos locos porque no tenemos ninguna certeza y las vamos construyendo hablando unos con otros, enfrentándonos, dando paseos o emborrachándonos hasta caer tumbados. Porque por cada paso adelante damos tres pasos atrás. Porque esta realidad que nos elude carece de cordura. Echamos un vistazo alrededor y no encontramos un lugar cierto en el que sentarnos a descansar un rato. Creo que es la maldición de esta generación. O aprendemos a vivir con esto de algún modo o vendrá una nueva religión a poner suelo bajo nuestros pies.
Eso sí que me da miedo.