No tenía tiempo para sonreír, todavía no. Rasqué la cerilla sobre la raya blanca del suelo y encendí el cigarro con ella. Para eso estaba. El cielo, de un azul intenso y pastoso, derrochaba brillos eléctricos sobre tu mirada perdida. No sé dónde mirabas. Fumé en silencio mientras te observaba, callada tumbada en el asfalto negro. ¿Quién serías? ¿De dónde habrías salido? Seguramente tendrías padres y hermanos, supongo que compañeros de trabajo y amigos, y manías, y suciedades en el recuerdo, y polvos mal digeridos en tus entrañas a la vez que viajes extáticos al limbo del orgasmo. Fuegos artificiales, dicen las series americanas. Supongo que habrás visto de esos. He terminado de fumar, así que enciendo otro. No dejan de pasar coches. No tengo tiempo para sonreír, todavía no. No creo haberte preguntado cómo te llamas. Tengo una libreta y escribo esto, por si hace falta luego. ¿Qué pensarás? Me dejas atónito, petrificado en la curiosidad, me dejas confuso, el cigarro sabe bien después de tanto tiempo. Tenías tabaco en el bolsillo, ha salido disparado varios metros lejos de ti. Previsora, tenías las cerillas dentro. La bicicleta está en el suelo en una postura imposible, como una marioneta en la silla después del espectáculo. ¿Qué coño miras? Creo que no voy a saber nunca lo que encierras, pero me encontraría bastante bien entre tus suciedades y tus alegrías, pienso. Me das un poco de rabia, tumbada tan tranquila. A mí me dejas explicar esto, seguro que puedo denunciar al ayuntamiento por la evidente peligrosidad de esta mierda de carril-bici en las incorporaciones y las salidas. Al ayuntamiento o a la comunidad, o a quien sea. Seguro, pero tú estás ahí tumbada, relajada, tranquila, laxa. Cómoda. Creo que te has ido en el mismo instante en el que se cruzaron las trayectorias. Eso está bien, dentro de lo que cabe, pero me has dejado sólo. Si estuvieras moribunda al menos podría cuidarte, ponerte una chaqueta en el cuello, darte un poco de refresco de la lata, limpiarte la cara con mi pañuelo. O rezarte algo, yo qué sé. Tu expresión es plácida, tranquila, algo bovina. Malditos domingos, sólo traen placidez estúpida. Por fin ha parado alguien, es un Ibiza azul, estúpido coche, diez minutos de soledad compartida contigo. Le voy a dar la libreta a quien baje y me parece que voy a perder el conocimiento. Mala suerte, supongo. Mierda de azul pastoso. Recalcitrante, sigues mirando. No sé qué miras. No sé qué hubo ahí dentro. Mierda de ayuntamiento, o de comunidad, o de país, no sé. Te cojo un cigarro. Es el último. El del Ibiza me está gritando algo. No entiende nada, el tarado. No quiere coger la libreta. Está todo aquí. He terminado. Sólo tiene que cogerla. Yo ya no tengo tabaco. He vuelto a fumar. A Marisa le va a dar un vuelco la vida cuando se entere de todo esto, sobre todo de lo del tabaco.