Uno de los rincones de la casa.
DEFCON 1. Terminal. Sólo han hecho falta dos comentarios inopinados de vic. KO. Paso.
«Excluido del conocimiento el olfato lo será también de la estética. Lo bello se constituye entonces tambén en un non olet primordial; el que marca la alquimia de la circulación, de las mercancías, del signo. El origen de las fortunas, el fango, no consiguen transpirar bajo la máscara atractiva de la Sra. Lanty. Es necesaria una condición ya verificada mucho antes en la experiencia de la lengua y de la ciudad: que lo bello no huela. La exclusión es definitiva cuando los dos términos del enunciado son permutados de forma que lo bello no huele equivale a no hay olor bello que es la forma que toma el rechazo de lo excrementicio en el discurso de la estética, el de Kant principalmente».
Dominique Laporte. Historia de la mierda. PRE-TEXTOS. Trad. Nuria Pérez de Lara. 3º edición 1998.
Esto apesta, joder. Olvido el mechero en todas partes. Tomo aire y trago CO2. Una foto bonita. La casa es bonita. Tengo un agujero. Tengo pupa. Mucha pupa. No me lamento. No me detengo. Sé dónde está lo que me importa (detrás de una vitrina opaca). Alguna vez deberán pensar que si sigo en lo mismo es…
porque es lo que existe. Porque es más fuerte que yo mismo. Es mucho más fuerte que yo. Es la condición sine qua non de la mismísima existencia, de la porción de ella encarnada en mí. ¿Alguna vez habéis tenido la sensación de que algo es inextricablemente real, hasta el punto de volatilizar lo demás si deja de existir? Pues ello es.
Tomaré unas cervezas, escucharé a los piratas. Me sentaré a comer luego y fumaré largos cigarros patéticos. Tomaré café, seguramente. Seguramente miraré el teléfono. Compondré una canción, algunas más. Escribiré algunos poemas e intentaré un relato y me perderé, me perderé luego en el fluir de las cosas mientras mi misma vida está en otra parte, unida a mí por débiles hilos de bramante (qué más da el bramante?, mejor si fuera goma elástica que tirara de ella hacia mí). Esto es un sueño. «No me importaría morirme ahora, porque no me queda nada», cantan los piratas. Todo da vueltas (¿la cerveza?), todo da vueltas y hago un poema (¿caduca aquí la sesión?). Habla de naa. Me voy a bailar al salón y abrazo la planta, echo agua al acuario, bailo por todas partes, le doy una patada a la mesa, me tiro al sofá y me levanto, estoy inquieto. He cogido unas ceras y me he pintado el cuerpo de rojo, azul, amarillo… símbolos inventados de fertilidad, o de bonanza en la caza (estoy por salir así y cazar un mamut o una rata, en su defecto), al mismo tiempo fumo, bebo y escribo poemas. Como un gilipollas pintado con un litro de mahou y largos cigarros patéticos, en un festival a la vida que no está. Todo ello. Vueltas, brincos, patadas. Cera que se corre con el sudor. Una masa gorda girando y retorciéndose en un salón tan bonito. Una masa menos gorda ya que antes reconcomiéndose, huyendo a los gritos (pobres vecinos) y los saltos.
La estética nos salva. Esto es precioso.