Así que salí. Porque era lo que debía. Lo que tenía que ser. Me estaban esperando. De hecho, vinieron a buscarme.
Y nos fuimos al cool, al lugar donde las cosas suceden los fines de semana. Yo estaba tan tranquilo. Tan callado. Tan silencioso. Tomaba los chupitos que me ponían de la cocktelera y no hacía mucho más. No hacía ruido. No llamaba la atención.
Y te acercaste. Me extrañó. En ningún sentido tengo presencia.
Estos se reían mientras tocaba jugar, no se lo esperaban de mí.
Nos fuimos a un parque y retomé el asunto de lo senos, que nunca se debe dejar de lado. Es mejor no hacerlo. Soy bastante torpe, andando el tiempo y después de todo lo que ha sucedido. Antes podía quitar el sujetador con la mano izquierda. Antes. Demasiado lejos. Dos paquetes de Chester en el bolsillo, por si acaso.
Te dije vivo aquí al lado. Me dijiste que preferías los parques. Es curioso, ibas a follar con un tipo en el que no confiabas. No confiabas en ir a mi casa, al menos. Te lo sugerí otra vez. Te dije que estaba de limpieza. Pero preferías seguir dándole duro en el parque, en el césped húmedo.
Y yo grité hasta que me vacié. Grité después un poco más, para no quedarme corto.
Me empeñé y te acompañé a casa. Te dejé en tu portal. Quizá no era tu portal, no entraste, te despediste en la puerta. El mundo está lleno de pervertidos, pero es mejor pensarlo antes de follar en un parque.
Acabo de llegar a casa. Me pregunto qué sentido.
Me pregunto qué.
A la ducha.
Debo desterrar tus restos.
Ha estado bien, supongo. Al menos no ha estado mal.
Follar, lo que es follar, qué bien.
Lo demás qué feo.