Referencia a un gran maestro de estos pequeños días.
Hacía mucho tiempo que no presenciaba el kombate. Hacía mucho tiempo que no formaba parte del kombate.
Siempre estuve cerca, no digo que no. Pero no tanto durante este tiempo.
En el kombate eres consciente de que tú mismo eres el único enemigo.
Y cargas.
Le (te) destrozas, le (te) silencias, le (te) dejas sordo ciego y mudo.
Detestas todo lo que has sido, porque no merece la pena.
Te desarbolas, te incluyes dentro de lo que no es. Te revientas.
Te maltratas, te haces daño, te castigas.
Sólo después del golpe contra el suelo puedes volver a mirarte amigablemente de nuevo.
Pero primero tienes que acabar contigo. Primero tienes que acabar del todo contigo mismo. Odiarte. Destrozarte. Reventarte. Sacarte el jugo para pisotearlo. Decirte adiós. De algún modo es así: decirte adios.
Destrozar algo hermoso: todo lo que eres. Lo que has sido. Lo que has amado.
Sobre todo lo que has amado.
No hay otro modo de empezar de cero sin adosar recuerdos en tus costados.
Lo que hagan los demás, lo que beban, está bien, no digo que no. Si te abrazan está bien, si te besan es mejor, si te tocan es ciertamente un tesoro. Acostarte con alguien no está mal en este momento, para rebajar el odio.
Pero esta es una guerra en la que estás solo, pese a todo.
Tremendamente solo.
No hay justificaciones, no hay pequeñas victorias, no hay cosas que salvar.
No hay bellos recuerdos.
No hay causalidad, no hay destino.
No hay líneas en ninguna parte. Nadie va a venir a salvarte.
Estás sólo.
Tienes cosas que decirte que no puedes decirte sobrio.
Es así.
Tienes que cantar hasta romperte la garganta, tocar hasta romperte los dedos.
Escribir hasta vomitar alcohol y las palabras que sobran,
que corren por tu garganta y se estrellan contra tu mirada borracha y perdida
que no se encuentra ni a sí misma
porque ahora mismo no hay nada que ver.
Tienes que arder y evitar cruzarte contigo,
no tienes que darte ni una sola señal de paz…
ni una sola prueba de amistad.
Está en tus manos detestarte.
Hacer un hueco donde antes estabas tú.
Después…
ya puedes mirar al suelo.
Empezar por tus pies.
Y seguir buscando arriba.
Hasta que seas capaz de verte.
Capaz de verte.
Seguramente no sea algo glorioso.
Ni puta falta que hace.
Eso que ves ahora eres tú.