Bueno, hace más que bastante que no hago esto. Esto de sentarme aquí para contar cosas. Esto de sentarme aquí, sin más. Cuando estás fuera del camino, todo parece sensiblería barata. Cuando andas despistado y con recortes, todo parece sensiblería barata.
Puede ser sensiblería, desde algún ángulo que no termino de comprender del todo, pero desde luego no es barata. Sale bastante cara. La vida está imbricada de algún modo en todo lo que sucede, y la vida cuesta. Exige. Encoge. Toma.
Volví a tener comunicación con mi daño, sólo para comprobar que ya no es mi daño. Qué terrible. Qué dramático. Ojalá hubiera seguido siendo mi daño, para que algo fuera algo, lo que sea. Ahora es menos que nada, un conjunto de palabras que guardo por ahí por si vienen al caso, por si entran a colación. Me gustaría saber hacer comprender lo inhumano que resulta que lo que ha compuesto todo lo que eres devenga en nada (tenía alternativas para esa frase, pero «en nada», por lo corta, por lo dura, por lo llena que está de aristas, por lo breve, es la que mejor cuenta lo que tiene que contar). Lo sentí en la boda de vic y leti, allí donde la vi por última vez y después de mucho tiempo. Era menos que nada, porque la distancia temporal ha hecho que no quede ni tan siquiera lo que hubo que no era dolor. Lo injusto de haber vivido para comprobar que todo por lo que has vivido en un tiempo carece de sentido. Fue duro, no lo voy a negar. Fue tremendamente duro.
Casi mueres por alguien. Estuviste clínicamente muerto por alguien. Y de eso no queda nada.
Terrible.
Si yo no hubiera sido yo, me hubiera destrozado las venas por aquello. Es así, no voy a negarlo. Es lo que todos estábais temiendo. Y no sin razón. Pero yo seguí siendo yo. Y ahora me doy cuenta de que el tiempo no sólo es arena en un reloj que cae, sino que lo convierte todo en arena. Y eso dificulta las cosas. No me sobrepuse a nada eterno, a nada enorme. Me sobrepuse a la misma nada. Eso no tiene mérito. Con la nada ya lidio cada día. Con desiguales resultados.
Después, ya muerto, volví a nacer con N. Me costó volver a encontrar el significado de las cosas, porque las cosas nunca significan nada más allá de nuestro estado. Eso es sencillo. Las cosas existen, nosotros las vemos o no en función de nuestro humor. Jode saber que nada, por sí mismo, existe. Alegra saber que todo puede existir en nuestra representación del mundo. Tuve que reescribir lo que era un beso, lo que era un dedo perdido en un pezón. Tuve que asignarle significados nuevos a todo.
También para nada. Porque al final todo devino nada. Trasunto tremendamente pedestre, mundano: no supo, no quiso verme. No me siento mal, ni bien. Quizá algo más tranquilo justificado en que el existir es lo que es porque así lo hacemos. Quizá menos cuadriculado. Sigo jugando con los límites que me invento, porque no tiene sentido hacer otra cosa: inventamos la realidad, y todo lo demás es mentira.
Una pútrida y asquerosa mentira.
Ahora, cuando echo de menos una mano en la noche, me pregunto qué mano. Y en qué noche.