La salvación es este litro de cerveza.
Seguramente este poema.
La salvación no te espera en ninguna parte,
no puedes ir a su dirección y llamar al telefonillo,
no puedes quedar con ella a las siete en el centro,
no puedes llevar una rosa roja en la solapa para que te reconozca.
La salvación no se cifra en objetivos.
No se extiende en el tiempo: uno no está salvado para siempre.
La salvación no tiene puntos de encuentro. Me regodeo pensando
en no encontrarla.
Pienso que es posible eludirla.
Pienso que quizá haya que terminar con tanta dominación.
No quiero salvarme.
Quiero perderme en el olvido.
Desintegrarme.
Yo soy mi yo más íntimo, eso ha quedado claro.
Imaginad diluirse.
Dejar de sentir la responsabilidad de hacer algo relevante.
Sentir la falta de necesidad.
Encontrarme con mi cara al otro lado del espejo
y darla de lado.
Mirar al suelo y fingir hablar por el teléfono.
Quedar con ella y no ir. Inventar excusas.
No ir a su fiesta de graduación fingiendo estar enfermo.
Llevar una vida paralela en la que nada importe más que lo que importa ahora,
que son esas bragas en medio de la habitación,
y fingir que no tienes ni puta idea de lo que va a pasar luego. Fingir que
eres tonto, que no lo sabes, fingir que sólo estás viviendo.
Dejarla poco a poco de lado.
Que vaya comprendiendo.
Después, en mitad de todo, no volver a verla.
Olvidar.
Posiblemente sea lo más oportuno que podrás hacer nunca.
Estarás años agradeciéndotelo.
Después… eso será todo. Y será lo exacto.
Supongo que ya desde tanto tiempo, la habrás olvidado no? Tú que vas de tan duro, se supone, pero a mi me da como que no, ¿Como que no?
¿A quién, a mi cara al otro lado del espejo? Yo no soy duro. Nadie es lo suficientemente duro, al menos. Todos hacemos lo que podemos, vamos sonriendo a medias y jugando a esconder los ojos, también a medias.