He jugado a no derramar lagrimas nuevas.
Tenía que supurar las que siempre estuvieron ahí.
(Bah, frases hechas y más que hechas).
Cuando todo sucedió estaba lloviendo y
el cielo lloraba por ti (y por todos, más frases hechas).
Me estaba tomando un chupito de hierbas en una terraza bajo un tejadillo mientras diluviaba y una camarera gallega pesada no se apartaba para dejarnos hablar tranquilos y no sentía el efecto embriagador y disolvedor y demoledor y distante del alcohol no sentia el efecto el efecto indoloro del alcohol y tenías los ojos fijos en mí, desde alguna parte y yo sentía todo sin demoliciones sin efectos retardantes sin broncosupresores, todo sin disolventes todo directo desde alguna parte a mis neuronas golpeadas y vivas y enfermas y sanas. Me estabas mirando mientras tomaba el chupito y me preguntaba «cuándo parará de llover».
Hay muchas cosas que me hubiera gustado decirte, cosas de esas que sólo se dicen la última vez. Pero esas cosas sólo se dicen la última vez porque sólo tienen sentido la última vez. No valen para nada antes. No tienen sentido alguno antes.
No entonces. No sabía. Como en una road movie te buscamos en los sitios donde anduviste porque ya no andas. Eso es cierto. Es una frase hecha pero es cierto. Y cada cosa que me contaban me decía que anduviste caminos que yo jamás recorrí, eso es más que cierto. Me gustó saber de todo.
Me gustó conocerte. Andábamos
como el perro y el gato
buscando un punto de encuentro.
Creo pensar que lo encontramos en alguna parte.