No voy a despertarme con una rosa entre los labios. No, no va por ahí el tema. No voy a acostarme y a encontrar chocolatinas bajo la almohada. Creo que no. Entiendo que no. «La vida te da sorpresas» es una cosa que sólo da avidesa. Estaba sentado en la estación de tren, rumiando una disculpa que no sentía. A veces es necesario disculparse, porque hay cosas más importantes que el orgullo. Depende a quién le preguntes, claro. Después vino la noche, y después el día, en el ciclo natural de los acontecimientos.
Cuando la luz llegó, yo dormitaba sobre el cuello de la camisa. Creo que no volaban cisnes, ni se iban cien gaviotas a ninguna parte. Pero todo se volvió de algún modo suficiente cuando entré en un bar y pedí un café con leche y un pincho de tortilla. Todo recuperó su sentido con la gente y sus ritmos. El camarero asqueado con la pajarita de medio lado creando una imagen deformada de sí mismo tras la barra, la cocinera yendo al mercado a por el menú, el dueño reseteando el disco duro de la paciencia inmarcesible del que piensa entender todo cuando no entiende nada de nada. Y yo allí sentado deglutiendo la tortilla y el café en tragos lentos. Que duren. Tragos lentos. Que duren. Mejor tomarse la vida en tragos lentos. Que dure.
Lo malo de la vida es que dura, y lo bueno de la vida es que dura. Eso es indudable. No sirve sólo para ver a los que te jodieron cayendo al olvido, sirve para establecer una medida de comparación. Me gustan las cosas como son porque no me gustaban las cosas del todo como eran. Las cambié. Ahora me gustan. Me quejo, pero sólo porque no quiero quedarme aquí. Quiero más café y más tortilla. En otra parte.
Admiro a aquellos que se tumban en el suelo y no se acuerdan de comer. Dijo Tang Lin Chi, y dijo bien: «En el budismo no hay lugar para el esfuerzo. Compórtate con naturalidad y sin hacer nada en especial. Come tu comida, defeca, orina y, cuando estés cansado, acuéstate. Los ignorantes se reirán, los sabios comprenderán.»
El tema es que los sabios no saben qué comprenden. Los sabios sólo han comprendido que la estructura racional no funciona, y hasta ahí pueden leer, llegar. Por eso, cuando preguntas a un sabio de verdad, sonríe. No puede hacer otra cosa ante tu pregunta idiota, porque sabe que está mal formulada (sirve decir que está racionalmente formulada) y porque, aunque la comprende (él estuvo ahí, sabe qué es ser racional), no tiene más verdad que ofrecer que la sonrisa. Los demás construyen, unos se caen, otros triunfan, pero siempre dentro de un constructo racional que no tiene realidad paralela al otro lado, que es siempre a este lado, aunque no se vea. Momo es el dios de la risa y el olvido porque sólo cabe la risa y el olvido cuando comprendes. Es el dios que me cae mejor, un buen tipo. Da sonrisas, qué más se puede pedir ante todo esto.
Después de todo cogí un metro y me vine a casa. Estaba agotado. Durante un segundo tuve la lucidez suficiente para verlo todo. Luego se me olvidó. Supongo que es así como todo está escrito.