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el sueño de la razón

Y qué decir de los gritos, de las borracheras, de los días sin fin cuando nada tiene fin alguno. Qué decir de los polvos a hurtadillas contra el destino sin destino de vivir los días sin sentido. Qué decir del mañana cuando dicen «ha significado algo», y para uno no ha significado nada. Menos que nada. Lo que se vive a la contra significa menos que nada. La educación en el fundamentalismo existencialista. Los días de espera esperando nada cuando nada hay posible. Me noto el poderío debajo del sobaco. Hay fundamentalismo existencialista, como en cualquier parte. Decía el colega:

El problema no es tanto el de cómo introducir ideas en una cabeza, sino el de cómo preservar a esta última de ser aplastada por las primeras.
Paul Feyerabend. En camino hacia una teoría del conocimiento dadaísta.

Y no es que tuviera razón, es que tiene la puta razón. Me siento cansado. Durante treinta años les he creído. He pensado que era mejor la razón. Y no me ha traído nada bueno. Y, además, me doy cuenta de que he dejado pasar de largo muchas cosas. Mi cuerpo, mi alma, se rebelaba y se iba de pedo. Se iba a tomar todas las cervezas de la cámara. Pero al día siguiente me sentía culpable, culpa de la razón. La razón es el salvavidas de cuando en cuando, y la culpa siempre. Durante treinta años he sido un ferviente creyente de la razón, excepto en los momentos en los que mi alma se escapaba y se iba de bares, a encontrar la vida donde la vida anda.

Y al día siguiente siempre me sentía culpable. Resacoso y culpable. Puta mierda. Puta basura.

Ahora reconozco, por fin, que nos vamos a morir. Y que me da igual dónde me pille, mientras me pille contento. Ahora prefiero un poema, significa mucho más que un ensayo árido. A mí me aporta más conocimiento. No digo nada de ti. Cada cual que se busque su fuego en el que guarecerse. Ahora estoy medio en paz. Medio calmado. Tranquilo.

Y cuando me emborracho me siento de lo lindo. Al día siguiente trabajo. Son dos partes de lo mismo, y no dos vidas separadas por trincheras.

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