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querer a un padre

La vida, como la política, es una de esas cosas en las que, si no te metes, te meten. Despistaba el hambre yendo a comprar salchichas de oferta al supermercado de abajo y al volver me encontré a mi padre bajando la cuesta. Estaba tenso, raro. Cuando yo veo a mi padre tenso, raro, me pongo tenso, raro. Mi padre no suele venir a buscarme. Huele a intimidad, y aunque me encanta tener intimidad con mi padre no estoy acostumbrado. No estoy nada acostumbrado. Me gustaría estarlo más, me digo, y eso es lo que me hace más apreciar este tipo de momentos.

La historia de siempre, o una historia que no puedo poner aquí porque no me pertenece. Sólo digo que ese hombre está jodido, y me gustaría recordar la frase que dice que la gente sensata suele ceder primero y por eso estamos gobernados por completos imbéciles.

Llorar por el padre de uno es algo que deja de ser importante cuando has visto a tu padre llorar delante de ti. El padre es una figura histriónica de sí misma que, a la gente de mi generación, le supone un completo totem de honradez y saber hacer. El tema de saber que a la gente así puede no irle bien da sensación de que el mundo y todo es injusto. De que nada tiene sentido.

Si a él no le va bien, con lo que es como persona, que a mí me vaya algún día bien es cuestión sólo de suerte, y desde luego no de méritos. Desde luego que no de méritos. Sin ánimo ni intención de comparar no soy ni la mitad que él, no le llego ni a la suela de los zapatos, ni con alzas.

¿Por qué las cosas son tan injustas? Pues no lo sé. Sólo sé y puedo ver cómo jode. Hace tiempo le escribí una dedicatoria, en el primer libro en el que me editaron un relato. No se lo dí. Me gustaría saber dónde lo puse. Me gustaría dárselo. Me gustaría dejarle claro todo lo que le debo. Pero no sé.

Pero me esfuerzo. Quiero aprender.

No dejo de intentarlo. Y no dejaré, es difícil sacar a un padre de la consciencia.

Decir te quiero a veces es muy difícil. Mucho.

Un padre es esa persona con la que conviviste muchos años, y que te dió una formación sólida (no entro en moral, amoral ni demás pamplinas). La imagen que más recuerdo de mi padre es aquella en la que está sosteniendo un libro con los brazos como los de popeye el marino (y no es un ritual escénico, hacía boxeo), y eso me enseñó que los diablos también pueden ser ángeles sin ningún tipo de problema. Él me enseñó, sin quererlo, a tomar el camino del mal y el del bien al mismo tiempo, importando sólo dónde quería estar yo. Por eso todo esto me sobrepasa, me escinde, me jode. No hay derecho. No hay salida. No hay justicia ni verdad, que son mentiras que nos contamos para sentirnos un poquito más a salvo, resguardados en nuestras cuevas con el fuego encendido.

La verdad es que, en la vida, siempre se pierde. También se gana, y se disfruta. Pero la victoria es pasajera, la derrota es para siempre. La victoria es efímera y constituye el cenit de sí misma, porque tiene tanta intensidad que no puede durar más que un segundo. Sin embargo, lenta, la derrota nos abraza con su estúpido manto. Ella es la única que está segura de la victoria. No tiene prisa. Tiene reservado todo el tiempo del mundo y le alquila minutos a la victoria.

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