Zygmunt Bauman, en «Modernidad y Holocausto», se preguntaba cómo es posible que un pueblo entero se vuelva loco o conviva de un modo «normal» con la locura, como en la Alemania de la Segunda Guerra Mundial. Comprende que una persona pueda perder la cordura, pero no entiende cómo puede darse que millones de personas, simultáneamente, lo hagan. La respuesta, reflexiona, es la organización burocrática, un modo de exculparse a uno mismo con el argumento de siempre: «sólo hago mi trabajo». Antes de la segunda gran guerra la burocracia alemana era envidiada en el resto de Europa. Precisamente por prescindir de criterios morales, la burocracia es tremendamente eficaz: parcela el trabajo de tal modo que a cada uno de nosotros se nos entrega una parte aparentemente inocua, o al menos inevitable. Mandos nazis firmaban documentos para ejecutar a cientos de personas durante el día y después se iban a su casa, besaban a sus hijos, y eran personas cariñosas y normales. Seguramente, si hubiéramos preguntado a cualquiera de ellos acerca de su día, nos hubiera respondido lo mismo: «hice mi trabajo».
Las empresas de servicios estafan al trabajador, a las organizaciones sindicales y vulneran los derechos de todo menos de la economía de mercado, la mano que guía los principios burocráticos con los que nos vemos forzados a vivir. Hacemos trabajos de banca con un sueldo de teleoperador, tramitamos siniestros con un sueldo de teleoperador… ahorramos, en definitiva, cuentas millonarias a las grandes empresas regidas por la economía de mercado mediante la organización burocrática amoral (no digo inmoral porque no va en contra de la moralidad, simplemente, para ella, no existe tal cosa en las tablas significativas de trabajo). Y con ello los trabajadores pierden derechos y los sindicatos pierden fuerza. Así de simple. La labor de un sindicato es siempre una tarea moral: velar porque en todo este proceso de enfriamiento ético no se deje de lado a las personas, sus derechos, sus sentimientos, sus problemas cotidianos. La economía de mercado, en un rizo siniestro, ni siquiera es capaz de respetar sus propios principios, y se levanta el revuelo empresarial cuando se importan productos chinos, o tomates africanos, contra los que, en coste, nuestras empresas no pueden competir… amigos míos, es lo que estáis creando vosotros mismos con vuestras reglas de juego. La única solución que se les ocurre es recortar aún más los derechos de todos para poder competir… es decir, que la única propuesta que pueden hacer es empeorar las condiciones de todo el mundo para que la baraja pueda seguir repartiendo manos y dando juego… y encima nos lo intentan presentar de un modo coherente y ordenado como si la sola forma pudiera dar contenido a algo fundamentalmente inconsistente… Se está abusando de la inmigración para abaratar costes empresariales. Se dosifica de tal modo (con los procesos de regularización abiertos y los encubiertos) que responde a las necesidades del empresario, de la burocracia, del mercado. Antes que hacer razonables las condiciones salariales prefiere buscar mano de obra más necesitada que trabaje por menos. La globalización no es tal cosa: es la globalización de los mercados de trabajo y punto.
El caso más extremo del peligro de la organización burocrática es un hecho del que no se ha extraído todo lo que es posible. No pretendendo equiparar el ayer con el hoy, pero día a día vemos como decisiones de los Dioses del Olimpo, en boca de los diosecillos de segunda que tienen la obligación de trasmitir el mensaje, vulneran el sentido ético más elemental en pro de conceptos difusos como la competitividad y la cuenta de resultados. Decisiones que se toman delante de un café con leche tienen el poder de afectar a un trabajador en baja médica que se encuentra, de repente, en la calle, o a cincuenta personas de la campaña que toque. Para todo ello hay kilos y kilos de informes detrás que avalan (si es que esto es posible) el movimiento. Sé que una empresa no es más que una más en una red que funciona con similares principios.
Pero… Danone ocupa el primer puesto del ranking de Great Place to Work de las 25 mejores empresas para trabajar. Es otra forma de competitividad, ¿no? Pues a ello.