La vida circula, señora, que no hay nada que ver, circule como la vida. Uno echa los curricula como quien tira las hojas de un calendario atrasado: ya no sirven para nada. Abro el tercer litro de cerveza consciente de que lo jodido de la muerte no es dejar de ser, ni la pérdida definitiva de la inmortalidad. Me doy cuenta de que cuando uno muere y no es recordado (más bien: cuando uno muere y sabe que no va a ser recordado) piensa que todo esto ha sido por nada, desvirtuando en un sólo plumazo una vida de cosas, momentos, situaciones.
He tardado en descubrir que no es la inmortalidad, sino más bien el «esto ha sido para nada». La inmortalidad radica en el fondo de nuestras consciencias como imposible, pero si alguien nos recuerda, es por algo. Esa es la quiddidad misma del quid de la cuestión. Si no nos recuerdan, es que todo ha sido por nada. Qué jodido, ¿verdad?
Pues supongo que según quién. Habrá algunos que sólo quieran descansar en paz, y estará bien. Estará mejor que bien, mejor para todos así. Mejor, sobre todo, para ellos mismos. Yo sigo emborrachándome y follando con amor (porque me resisto a decir «hacer el amor», eufemismo mentiroso y emboscado, contumaz y pervertido que nos asalta desde su aparente inocencia inicial). Waltzing Matilda. Mi Matilda se llama N. Pero con miedo, porque quizá un día, no muy lejano, mi N. prescinda de mí. Es algo que nunca sabemos. Resulta incluso ridículo ver lo persistentes que somos en el vivir, lo real y eterno que nos parece este segundo particular que vivimos.
Yo puedo decir que le toqué el culo a N. en la Capilla Sixtina. También puedo decir que la besé, enorme y enamorado, como si me fuera la vida en ello (porque me iba, me sigue yendo). Se lo toqué (y la besé) en el Coliseo, en la Fontana di Trevi, serán cosas que, si esto no acaba nunca, diré un día con placer. Y si acaba serán cosas que diré un día con mucho dolor. Después me moriré, y si nadie me recuerda será una especie de sinónimo parcial de que jamás hice algo significante para todos, por mucho que para mí haya sido significante al extremo. Cosas tontas, cosas que se repiten en mi cabeza como una melodía persistente.
Eso no quita el hecho, recordado o no, de que le toqué el culo y le di un beso en la Capilla Sixtina. Qué extraño, ¿no?
A veces encuentro el significado, a veces lo pierdo, a veces lo veo y otras no.
Puedo decir que la quiero, pero me da miedo. Por si un día no.
El hecho es que la quiero.
Y que hay que vivir con ello.
La vida es una calle de Senzo Unico. Ni aunque se te caigan las llaves puedes volver atrás a recogerlas. Me gusta decir lo que quiero decir en una sola frase, al final. Espero que no perdamos nunca las llaves, ni tú ni yo, N. Senzo Unico. Qué jodienda. Al filo, siempre en equilibrio, funambulistas. Lo que hago hoy no es sólo para hoy, marca una línea. Y no quiero equivocarme nunca.
No contigo.
No conmigo.
Me va la vida en ello.