Te encuentras un día bebiendo unos litros en tu casa, después de una comida de recién estrenado el mes (y la nómina), te encuentras con una distancia de un par de semanas para viajar a roma, te encuentras pensando en comprar un trozo de tierra donde caerte muerto para levantar una casa, te encuentras la guitarra dispuesta y tocas un rato, te encuentras con un paquete de tabaco medio lleno y te encuentras muerto de sueño. Y tienes una cama. Y tienes un sofá, y un televisor.
Te encuentras así, en medio de cualquier parte, y piensas que no es tan malo vivir. Que no está mal. Que está bien. Te encuentras a gusto con lo que tienes y con lo que eres.
Y te viene bien, porque de repente descubres que quizá no te has equivocado tanto y que quizá has ido por donde querías y que quizá todos los que se fueron apartando lo hicieron porque quisieron y no porque tú des asco. Te das cuenta de que cada uno hace lo que le viene en gana y que no es culpa tuya. Te encuentras con que, andando el tiempo, no ha sido tan dura la ruptura. Te encuentras feliz,
y te das cuenta de que perder no es un problema
cuando estás a gusto perdiendo.
Cosas que traen los años de regalo.
(Siempre he pensado, desde entonces, que vivo tiempo de descuento, tiempo de regalo, un tiempo que no estaba establecido y que vino por una extraña casualidad del destino).