Normalmente dejo en blanco el título del post hasta que lo termino de escribir, pero hoy lo tenía claro. He estado en un concierto de Listea en Alcorcón. Dany, el muy cabrón, me ha sacado a cantar Dolores se llamaba Lola justo cuando la letra la tengo más perdida. Me lo he pasado bien. Pero me he dado cuenta de que no somos libres al vivir (vaya cosa).
Estamos obligados por el tiempo. Y no me refiero a que no tengamos tiempo para algo, sino a que el tiempo, nuestro tiempo, va a terminar. Se va a agotar, finito. Caput. End. Como quieras. Y no es que nos vayamos a morir, es que vamos a dejar de estar. Tenemos un recuento de horas en un lugar que no conocemos, donde se marcan las vividas y las que nos quedan por estar.
Las horas que vivimos, cada una de ellas, no van a volver nunca. Menuda responsabilidad. Esta hora que paso hoy escribiendo esto desaparece y no vuelve. A mí la perentoriedad del tiempo no me deja dormir. Literalmente. Tengo la sensación: hora dormida, hora perdida. No son los años, me da igual tener treinta que veinte que cuarenta que ninguno. Es que cada hora es la última. La única, propiamente hablando. Hay gente muy consciente de ello que vive como si lo fueran a prohibir. Hay gente que no piensa en ello que disfruta plenamente.
Veinte, treinta, cuarenta, da igual. Esta hora no va a volver, tenga la edad que tenga. Cómo la vivo.
Dentro de las horas que aún nos quedan por estar.