Estoy en el escenario, en la primera canción de un concierto, cantando la estrofa grave de un tema que crece en tono en el estribillo. Los monitores me devuelven pequeño, casi no me oigo.
Veo que el tipo de la mesa se acerca, despacio, saliendo del recuadro, avanzando entre el público, llega hasta mí.
Yo sigo cantando, sin oírme.
El tipo llega a mí, se sube al escenario, me pone la boca en el oído y me dice:
«Proyecta».
Proyecta. Maldito jabrón, súbeme el puto volumen. Si cuando después sube la voz tienes que bajarme para eso estás en la puta mesa. Tienes una colección de faders que mover, muévelos y déjame en paz. Haz tu lo tuyo y déjame a mí con lo mío.
Enhorabuena, tío. Jamás he recibido un comentario tan contraproducente, en un peor momento, de un tipo que tiene literalmente la solución en sus dedos.