Me cuesta defender opiniones. Por un lado me dan pereza ciertas cosas, una de ellas discutir. Tengo la sensación (doble jackpot) de que argumentamos desde lo que queremos que sea y no nos importa mucho lo que es. Nuestro modo de intentar acercar la utopía a la realidad es hablar ya desde allí.
Me cuesta defender opiniones porque siento el peso demoledor de las tendencias, esas muletas que a base de narraciones son ya piernas, carne, cuerpo, sustancia, sólido.
Este es un juego de narrativa. Del mismo modo en el que la utopía se construye dándola por cierta, la vida no es más que la narrativa que más se comenta. Narramos lo que es y lo que no es, narramos lo que debería ser y lo que no, y hay cosas tan narradas ya que su realidad parece sólida e inatacable cuando sólo es un cuento incesante que no dejan ni dejas nunca de contarte.
Me cuesta defender opiniones. A veces es como achicar agua de un barco con una cucharrilla cuando ni siquiera estás seguro del océano, de las nubes, de ahogarte si parases.
Sobre opiniones no deberia discutirse jamás.
(Quizá sólo informarse, situarse, mapear balizas de otras barcas y otras cucharillas del entorno.)