Y habría un montón de charcos en los que meterme y no me meto. Y no lo hago porque no. Porque para qué. Porque llegado un punto comprendes que no hay ningún sitio para una argumentación racional que ya ni siquiera sabes si lo es, ni siquiera sabes si es del todo tuya.
Pero cansa porque somos una especie de la cháchara y lo que importa es estar contando constantemente: una y otra vez narrando lo mismo, oyendo lo mismo. Nos fijan o fijamos un objetivo y se convierte en aquel que nos va a contar una vez más lo mismo con una nueva perspectiva fresca, renovadora, alegre, triste, informada o lo que se necesite. Cansa porque ves los puntos y los nudos en el envés. Lo espontáneo se planifica.
Personajes que se crean de un momento para el siguiente y se sostienen ahí arriba, balizando la opinión a modo de un faro para no perderse en la tormenta de opciones. Pienso lo que piensa aquel que decido que me representa, que es como yo, que es como el que quiero ser. Y se mantienen ahí mientras le merece la pena a quien les paga y, por eso mismo, no la merecen nunca. Si el dinero no les influye es que dicen justo lo que el dinero quiere oír. Y si les influye pues.
Somos gregarios. No analizamos datos, elegimos grupo. No formamos opinión, elegimos grupo. No elegimos una estética que representa lo que nos gusta, elegimos grupo. No nos formamos, elegimos grupo. No leemos un periódico o votamos a un partido, elegimos grupo.