Ayer terminé Blade Runner, un juego que empecé hace más de veinte años un fin de semana en casa del bucanero. No lo terminé porque el juego, aunque no es largo, es tramposo a su modo. Y lo es porque la trampa es parte del juego, un recurso. En un click and point de hace tanto tiempo, el que no pinchar en el sitio adecuado te lleve a dar vueltas y vueltas hasta que termines descubriéndolo y haciéndolo no es un fallo, es la propia mecánica. Además de los bloqueos apuntar y disparar es horrible (y conscientes de ello te ofrecen un espacio para practicar y cogerle el tranquillo, aunque disparar en sí no me fue realmente necesario más que dos veces). La historia se deja llevar y su desarrollo me pareció divertido. No suelo terminar juegos, supongo que eso puede ser suficiente prueba de ello. El viejo Dick aparece por los rincones, ¿somos humanos, no lo somos, que es serlo?.
Cuando lo empecé hace más de veinte años yo era distinto, lo que sabía de videojuegos era muy poco, tan poco que lo miré con tanta atención que parte de éste se me ha clavado dentro. Al igual que sucede de repente con algunos olores, algunas escenas del juego me han llevado atrás en el tiempo. Ha sido extraño y muy curioso. Ha sido bonito y triste, enriquecedor y demoledor al mismo tiempo. Me alegro de haber recordado y sentido todo eso, la verdad, pero no me lo esperaba en absoluto. Me ha cogido desprevenido, sin defensa de por medio.