A la derecha de la escalera había una luz. Siempre me intrigó saber a dónde conducía. De la puerta diminuta salía un rumor sordo de actividad y un olor que yo sentía de sudor y humedad, como si allí dentro estuvieran las galeras que mantenían el edificio en marcha. No vi entrar ni salir a nadie jamás. Fuera lo que fuera que estuvieran haciendo ahí dentro, eran discretos.
Años después me armé de valor, cogí el pomo, entré y me encontré con un cuartito para los cubos de basura junto al zumbido de los contadores de la luz. Ese día el edificio se convirtió en lo que había sido siempre, lo mismo que ha seguido siendo desde entonces. Así es como el misterio va perdiendo la batalla que libra contra el absurdo en mi cabeza. El absurdo tiene ventaja y suele ganar siempre.