no
quedaba
más
tiempo
y la cabeza agonizaba crispada por la angustia
tu entrabas, salías,
hacías volar cuchillas,
escupías fuego y viejos rencores
que yo sólo podía encajar entre los dientes
(terminaron cayéndose todos ellos
—todos los dientes, todos los rencores—,
entre el agotamiento, el esfuerzo y la pérdida)
hubo lágrimas, mocos, babas, ausencia,
llanto, espanto, cristales de
vida estallando por todas partes,
inundando de diminutas heridas
el ahora,
de cientos de pequeñas rupturas
un futuro encogido de pronto
vida restallando en pedazos,
pedazos sobrevolando el tiempo y el espacio recién creados
que acabábamos de darnos
pedazos que fui reuniendo con cuidado desde entonces
sin ser capaz jamás de esmerilarlos