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historia del pensamiento filosófico y científico

Allí donde está la génesis de las cosas que existen, allí mismo tienen estas que destruirse por necesidad. Pues ellas tienen que cumplir mutuamente expiación y penitencia por su injusticia conforme al orden del tiempo.
Paniker, cita de Anaximandro en "Filosofía y Mística".

Dando todo vueltas sobre lo mismo, el sentido de las cosas y el disfrutar y supongo que el juego entre la levedad y el peso. Eso se lo leí a Kundera hace décadas y, aunque no recuerdo dónde se lo leí, no ha dejado de machacarme desde entonces. Quizá "machacar" es una palabra demasiado gruesa.

Hay dos planos evidentes, y para llegar a ellos no me sirvieron demasiado los cuatro años de filosofía en la Autónoma. Un par de páginas de una novela sí. La gente que juega a percibirse a sí misma como profunda suele tener la idea de que piensa cosas que el resto de la humanidad, por regla general, no hace. Pero creo que eso no es así en absoluto. Todo el mundo es consciente de todos los planos, otra cosa es en el que decidan instalarse para el día a día. No sé si son capaces de darse cuenta de que entenderse como un tipo sensible por llorar en una ópera es de una tontería enternecedora. Todo lo que nos emociona es lo que invoca, nos descubre o nos recuerda parcelas de la vida, y vivir vivimos todos.

El plano de la vida en el que sudamos, reímos, saltamos, nos metemos en asuntos que nos llevan de aquí para allá y nos sentimos cuerpos, tipos que actúan. El plano en el que entendemos diferentes consecuencias de todo lo que somos y hacemos, que nos lleva a disfrutar como cerebros, tipos que piensan. El equilibrio entre ambas.

¿Es razonable que te joda esta cerveza el pensar que vas a morir algún día, tú y todos tus seres queridos? Evidentemente no —aunque tiene el poder de hacerlo, tiene de sobra esa fuerza—. ¿Un beso es menos beso porque mañana estaremos cada uno por nuestro lado y no habrá más?, ¿te da algún tipo de ventaja ser consciente de ello todo el tiempo? Tenemos cierta tendencia a valorar a los tipos torturados, aquellos que se debaten entre ambos planos dando prioridad al peso. Nos parece que esa gente es más consciente de lo que nos traemos entre manos, que viven en una rutina más elevada, más real. Pero no es así, no es así en absoluto. Pensar pensaron todos los que han muerto y no veo que eso les haya situado en algún punto especial. Están muertos, simplemente. Un árbol muerto, como decía El Búho, ese poeta en la universidad del que no he vuelto a saber nada más, ya no es un árbol, es un muerto.

Desde un punto de vista tenemos el tiempo que vamos a tener y el hedonismo en sentido extenso es el único criterio. Eso no tiene que significar darnos a la juerga 24/7, no todos los placeres son sencillos y no todos se resuelven enajenándose a uno mismo del destino que nos espera. Lo cierto es que disfrutar un tiempo que no comprendemos por qué tenemos es algo complejo en cuanto el plano del pensamiento mete la pata en el asunto y se moja en él. ¿Por qué?, ¿para qué? Creo que siempre nos falta el último paso, el ¿qué coño más dará?

Tenemos lo que tenemos, y disfrutarlo no es una frivolidad. Si entendemos que no comprendemos los motivos por los que estamos aquí en medio ni qué hemos hecho para merecerlos, ¿no parece razonable pensar que, al menos, deberemos dedicarnos a honrar el hecho de que estemos en el meollo, aquí en medio? Es una especie de homenajear la suerte o la desgracia de haber llegado, de no haber muerto al nacer o de haber aparecido justo en el polvo sin condón en un embarazo que al final fue deseado.

Es algo que nos obsesiona tanto que podemos abrazar cualquier estupidez pseudoracional que nos diga qué. Que nos diga algo. Creer en Dios o en pilates o en la economía de libre mercado, lo que sea que nos libre del vacío del espacio. Hay teorías psicotrópicas y alucinadas, al mismo tiempo que racionales, que dicen que el ser no es más que fluctuaciones en la nada. Eso nos lleva a otra historia diferente que habla del ser y la nada, de cómo la nada puede convertirse en algo sin pagar un precio a cambio —de ahí la cita de Anaximandro de la que no me puedo despegar ni con el desbastado constante de la lija súper eficaz de los años—. Para estas teorías no hay nada más que la nada, que en su devenir revierte puntualmente en algo. Puntualmente, temporalmente. Eso es algo que podemos entender perfectamente, porque en nuestra raíz sabemos que somos algo en camino a la nada. Nos toca muy de cerca. No podemos olvidar aunque queramos que somos bichos que morirán más pronto que tarde.

Y yo me pregunto por qué todo eso es necesario. Somos lo que somos, no tenemos justificación alguna que se sostenga. Elucubramos sobre ello como parte de un intento por darnos la profundidad que no podemos demostrar tener. No digo que la tengamos o no, digo que no podemos saberlo. Y no tenemos justificación que se sostenga y me sigo preguntando por qué tendríamos que. Si la tuviéramos sería fenomenal, y toda nuestra existencia cambiaría de forma radical con ello. Pero no la tenemos. Todo son ilusiones.

La levedad y el peso. El disfrutar de este beso y esta tarde tomando unas cervezas y leyendo poesía —que no son más que las dudas de otros que resuenan en los pasillos de las nuestras—.

Ahora tengo dientes y me resulta mucho más sencillo socializar. Podría haberlo hecho antes igual, pero mi cerebro era consciente de la flaqueza corporal y me mantenía al margen, en un lugar en el que poco tenía que aportar a los demás. Ahora vuelvo al juego, tras años reflexionando sobre la realidad y el mundo, y tengo serias dudas de que haya aprendido algo al respecto.

¿Soy mejor por todos esos años hacia dentro, he alcanzado algún conocimiento que nadie tenga por ello? He sido feliz en una situación dura, eso es todo lo que puedo decirme al respecto. Ser feliz, en ese hedonismo en sentido extenso, es todo lo que hay y todo lo que puede haber. Ahora que las cosas son distintas, ¿estoy más preparado, entiendo mejor a los demás, a mí mismo? No lo sé. Lo dudo muchísimo.

La levedad y el peso. Sonreír o encontrar el sentido en una máquina que busca un sentido a todo. ¿He ganado algo?, ¿estoy ganando algo ahora? ¿Estoy más cerca de alguna parte?

No. Soy el mismo tipo de dieciocho años que, en la terraza de la casa de mis padres antes de ir a La Palma, se pregunta si ha llegado el momento en el que todo comienza, en el que la vida parece que se abre. Tengo ganas de conocer lo que está por venir, tengo curiosidad. No hay ninguna verdad, ninguna certeza. Ahí es donde el pensamiento fracasa frente a la acción. La acción es siempre verdadera, siempre sucede. Te quedes o te marches haces algo. El pensamiento rueda en ejes excentrados sobre el mismísimo vacío, dándose a sí mismo la condición de convertirse en algo, es sólo ínfulas de llegar a alguna parte, de convertirse en algo.

El peso no es más que un modo inventado de intentar darle profundidad a lo que la levedad nos trae. El pensamiento son nuestras teorías para encontrarle sentido a lo que la resaca ha acercado a la playa de nuestras vidas. Tomarse unas cervezas, tocar un rato, sonreír, escribir algo, rodearse de certezas artesanales. No lo necesitamos. No nos saca de ninguna parte, no nos lleva a ningún sitio nuevo. Lo que sucede es tan inabarcable que cualquier racionalización al respecto no es más que un tierno intento de saber qué somos. Quizá nos sirva un rato, pero no nos aporta demasiado. Estamos aquí. Eso es todo. Eso es todo y es tanto. Es tantísimo. Coge tu cabeza y guárdala un rato. Sal a la calle, da un paseo. Suda, jadea. Métete en la cama agotado y duerme.

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