Caminaba dando tumbos, vapuleado por brazos de viento que me congelaban las encías aun a medio cicatrizar. Oyendo la radio.

En los mensajes que se emiten se invoca a emociones, no a razones. El diálogo en los medios de comunicación y redes sociales es una constante llamada a lo que nos identifica con lo que pensamos ser, no un esfuerzo colectivo por sopesar racionalmente situaciones y añadir argumentos, opciones y reflexiones.

Un con nosotros o contra nosotros, sin hacer intervenir en el discurso lo concreto de lo que estamos hablando. Es una guerra de trincheras en la que será el número el que tenga la certeza de ganar. Llevo una semana dándole vueltas al tema de la expulsión del Partido Feminista de IU a raíz de la propuesta de ley LGTBI, y en ese escenario todo es volátil. Las emociones son fenomenales, pero cuando se utilizan como reclamo para neutralizar argumentos alguien puede estar tomándonos el pelo.

Hay que centrarse en las definiciones, qué tipo de herramienta es el género y cuál ha sido su uso a lo largo de la historia, qué tipo de realidad es el sexo biológico. Porque a veces tengo la impresión de que los que creen hablar de cosas opuestas no lo están haciendo, y los que sienten que hablan sobre lo mismo no están ni siquiera cerca de hacerlo. Y no estar de acuerdo con el contenido de una ley no significa que se esté en contra del colectivo al que pretende amparar, se puede pensar que los está defendiendo mal. Una ley, por si misma, no es buena ni mala. Es el contenido el que lo es. Que exista una ley para un colectivo no impide que esa ley sea una mierda.